Prometeo desciende del gólgota como Sísifo

Prometheus' descent of Golgotha as Sisyphus

Eduardo Subirats1

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Requiem

Vivimos en una edad poscolonial. Bajo el techo de un progreso indefinido. El sistema político democrático extiende victorioso sus redes por todo el planeta. Y en todos los escenarios electrónicos reinan imbatibles los derechos humanos. No existen rencores raciales, ni conflictos de clase. Tampoco hay guerras. Y somos libres. Sujetos de una incontrovertible libertad. Nos hallamos en una edad de esclarecimiento cumplido.

Sin embargo, nunca la humanidad ha confrontado un límite de su tiempo histórico tan inminente, ni tan dramático: el colapso biológico global desencadenado por el calentamiento industrial de la atmósfera; la destrucción masiva de especies y hábitats; la desintegración social de las megalópolis; tecnologías militares de destrucción terminal; la expansión del terrorismo bajo las mismas estrategias antiterroristas que lo alimentan. Decenas de millones de humanos confinados en campos de concentración. Centenares de millones en la infrapobreza. Genocidios de baja definición. La generalizada corrupción de las élites. Una edad final.

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Esclarecimiento como espectáculo

El espectáculo es la representación de la realidad y de la propia existencia humana corporativamente diseñada como lingüísticas trascendentales y sistemas de signos sin referente. Un golpe de estado fascista puesto en escena como revuelta democrática. Invasiones coloniales representadas como guerras de liberación. El escándalo sexual de un star mediático como epifanía de lo divino.

Pero el espectáculo es algo más que una falsificación ideológica en el sentido de la crítica de las Weltanschauungen de Marx. Ni es solamente CNN, BBC, RT, CCTV… Es el sistema de lo real que las redes construyen a través de una información homogénea e interiormente organizada de apariencias, propaganda y falsedad. Y es la representación que diluye lo real y el mundo ético de las acciones y experiencias humanas en la pseudorealidad mística de un sistema de signos e íconos independientes de toda experiencia. Le spectacle est la inversión concrète de la vie… le mouvement autonome du non-vivant.2

En su medio se cumplen el concepto de progreso científico (Bacon), los valores de igualdad y democracia de les lumières (Rousseau) o el postulado del sapere aude, bajo el que Kant fundió la interioridad infinita del protestantismo con la razón tecnocientífica, sin necesidad de abrir la sociedad al no-poder, ni de enriquecer nuestra experiencia y ampliar la conciencia humana. El estructuralismo ha legitimado su reducción a lingüísticas sin memoria ni experiencia. Pero el espectáculo no solamente representa esta reducción. Significa algo más que el sistema de estos fantasmas y ficciones industrialmente diseñados. En su medio se diluye ritualmente toda experiencia y toda existencia humanas en una fata morgana; se evapora en la irrealidad de un selfie.

El espectáculo comprende las propagandas políticas, comerciales y culturales. Pero lo que le distingue de esas propagandas es la transformación fetichista de sus lingüísticas y performances en una realidad única, absoluta y universal. Como anunció Orwell: "War is peace, freedom is slavery, ignorance is strength". A la subordinación política se la llama democracia y a la guerra, efectivamente, se la denomina paz.

Por eso el espectáculo es totalitario, incluso, o precisamente, allí donde se representa semióticamente como el más abierto de los sistemas. Es la figura moderna del esclarecimiento puesto sobre su cabeza.

Su fundamento mitológico es patriarcal: la transformación de la realidad sagrada del universo y de la existencia humana en una ilusión audiovisual, un mirage producido y coordinado por un deus ex machina. Su fundamento metafísico lo expuso San Agustín: la disminución y devaluación éticas de la realidad y la existencia y la experiencia humanas, en primer lugar, a una "alteridad vacía de la que nada pueda ser inferior"; y la subsiguiente hipóstasis de Yahveh o Theos a fundamento absoluto del ser.3

Su penúltima consecuencia la formuló Hoffmansthal en Una Carta: "las palabras ‘espíritu', ‘alma' o ‘cuerpo'… las palabras abstractas… se desgranaban en mi boca como hongos podridos".4

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Let Newton be! and all was Light

Una de las sagas modernas que pone de manifiesto la subversión teológica del esclarecimiento como iluminación y emancipación humanas, y su transformación en su contrario, es el experimento con la cometa de Benjamin Franklin: símbolo del poder científico sobre la naturaleza eléctrica de la fuerza mítica del rayo. Estilizada en su día como la representación por antonomasia de un nuevo Prometeo industrial, Franklin trocaba, sin embargo, la complejidad de significados que encierra el proceso esclarecedor -la experiencia apolínea de la claridad, la visión profética de Indra, Agni y Surya, o la conciencia revolucionaria moderna que representan Leone Ebreo, Giordano Bruno o Nietzsche...- por un concepto instrumental de las technai prometeicas y por un plan providencial que las regulaba bajo la potestad Suprema.

El mito de Prometeo se articula en torno al significante pro-methos: la visión anticipada de las cosas, la pre-visión y la pro-visión proféticas y chamánicas. Por el contrario, Franklin otorgaba al nuevo poder tecnocrático el papel mediador de un absolutista Dios Padre. Newton y Franklin eran teístas. Kant, pietista. Hegel proclamó el Espíritu secular de la Aufklärung como el triunfo de la Reforma de Luther. La ciencia y la dominación tecnocientífica del universo se elevaron a la mediación de una luz divina que mezclaba la claridad intelectual de Apollon con la voluntad salvacionista de Christos. La previsión y la provisión prometeicas, por el contrario, estaban íntimamente vinculadas a la naturaleza y su representante mitológico Gea. Y estaban intrínsecamente vinculadas a las dimensiones espirituales que emanaban de las armonías musicales del cielo y la tierra.

Previsión y providencia proceden de la misma raíz y la misma experiencia de ver. Pero sus significados difieren. La providencia parte de la reducción patriarcal de la naturaleza erótica, creadora e infinita representadas por la diosa sumeria Ki, por Gea, Artemis o Démeter, y formulada a través de los sistemas cosmológicos y filosóficos de Spinoza o Goethe. Su fundamento es una naturaleza finita y pasiva, y en última instancia, muerta; es la inversión del concepto, a la vez racional y espiritual de prima materia en su versión industrial de materias primas. La providencia patriarcal está constituida a partir del logos, de la palabra constituyente del ser, de la razón en la historia, y de las lingüísticas y las gramáticas civilizatorias. La previsión está vinculada, por el contrario, al poder mágico y creador de la Gran Madre o su formulación filosófica como natura naturans.

Vivimos bajo el régimen de un esclarecimiento providencial y tecnocéntrico. Y un esclarecimiento espectacular e imperialista. Sus cánones y cañones han transformado tres premisas de la Aufklärung y les lumières.

Primero: Las luces que iluminaron los ideales democráticos de los pueblos de Europa y de los súbditos coloniales de las Américas frente a las corruptas monarquías absolutistas y coloniales del siglo dieciocho, se han transformado en el brillo del espectáculo mediático global, en el resplandor eléctrico de sus stars políticos o comerciales, en las fluorescencias de los media events.

Segundo: La producción científica se ha liberado de aquellos vínculos éticos con la supervivencia humana a los que le obligaba el concepto de razón representada por los sistemas del esclarecimiento histórico de Ibn Rushd, Giordano Bruno o Spinoza.

Tercero: El esclarecimiento ha retrocedido de las arquitecturas de una razón crítica, que unía los destinos de la libertad humana con el desarrollo del conocimiento, a las cacofonías positivistas, pragmatistas y estructuralistas.

Paralelamente, Les droits de l'homme se instrumentalizan como arma de propaganda y supremacía políticas. Y la libertad se ha fundido con la expansión universal de una racionalidad social y ecológica autodestructiva. La tierra completamente esclarecida resplandece bajo el signo de una triunfal desgracia.5

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Una redefinición de esclarecimiento

Tras la decapitación de la imaginación libre que floreció a través de las revoluciones de 1968, la intelligentsia global buscó en vano una tabla de salvación en los disyecta membra del proyecto civilizador de les lumières. Pero la deconstrucción posmoderna de esta voluntad emancipadora en micropolíticas y microdiscursos, y la disolución de las teorías críticas en los cultural studies, han sido cómplices de la racionalidad instrumental de las corporaciones industriales y financieras, y han acompañado la racionalidad letal de las megamáquinas militares y propagandísticas. El resultado de este doble proceso, la consecuencia de la expansión universal de una razón instrumental en las megamáquinas civilizatorias y de la transubstanciación de las teorías críticas bajo el manto de Maya de las lingüísticas y gramáticas políticamente correctas, ha sido una expansión capitalista ecológica y socialmente autodestructiva. Su última consecuencia es la evaporación de la conciencia intelectual autónoma en las redes de comunicación electrónica.

La alternativa a esta lógica involutiva no reside en la fragmentación y deconstrucción de los grands recits, sino en la ampliación y redefinición del esclarecimiento: una ampliación mitológica, filosófica y técnica de esclarecimiento.

En primer lugar, se debe liberar el concepto de esclarecimiento de las barreras historiográficas que lo contraen bajo las limitaciones geopolíticas del eurocéntrico "siècle des lumières". Es necesario redefinir el esclarecimiento más allá de las lingüísticas de la razón instrumental y más allá de sus recortes gramatológicos. Y es preciso poner al descubierto las raíces mitológicas y místicas de la Aufklärung, lo mismo en los cultos solares de los Vedas, en la concepción budista y taoísta de esclarecimiento espiritual, que en el misticismo islámico de la luz y en las filosofías islámicas de la razón. Es preciso restablecer el concepto de esclarecimiento como crítica racional de los sistemas dogmáticos y sus poderes totalitarios de acuerdo con la tradición del esclarecimiento histórico occidental inaugurada por Ibn Rushd en la Córdoba del siglo XII.

El nuevo esclarecimiento también rompe su identidad simple e irreflexiva con las gramáticas y las epistemologías científico-técnicas. Su punto de partida es una autoconciencia en continuo proceso de ampliación a partir de lo inconsciente, de acuerdo con la máxima del esclarecimiento psicoanalítico: wo Es war soll Ich werden - dónde era Ello debe devenir Yo.

Pero el nuevo esclarecimiento es fundamentalmente técnico. Tiene que definir el concepto de techné. Tiene que redefinir los usos del conocimiento y sus instrumentos. Pero no tiene que hacerlo a partir de un concepto unilateral de dominación violenta de la naturaleza como materia muerta, programáticamente formulado en el mito del Génesis. Tiene que plantear las technai a partir de una relación de mutualidad entre el ser humano y su naturaleza interior y externa, y en los términos de una armonía cósmica (por ejemplo, el concepto de naturaleza de Klee, y de una nueva armonía musical según la formularon Schoenberg y Kandinsky).

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Prometeo: mito y esclarecimiento

Prometeo (es) el esclarecedor por antonomasia.6 Su fundamento es un fuego sagrado. El mismo fuego iluminador y fructificador de los dioses Agni y Surya de los Vedas. El fuego que alimentaban las civilizaciones solares de China, Egipto o América. La luz del misticismo sufí.

El Prometeo de Esquilo eleva este fuego sagrado a principio creador de las technai que ha hecho posible las civilizaciones humanas. Este carácter prometeico se define a partir de una anticipación o pre-visión que elevaba el conocimiento humano a la medida de su organización comunitaria y del orden cósmico. Al mismo tiempo, reúne la función civilizadora del fuego con la rebelión contra el poder tiránico representado por Zeus. Es precisamente esta unidad de visión anticipada y rebelión la que sostiene el equilibrio entre la creación tecnológica y el desarrollo humano.

Existe un segundo momento esclarecedor del mito de Prometeo que solo adquiere su pleno significado en relación con el colapso de nuestra civilización tecnocientífica. Es su relación filial con Themis, representante de la ley natural no escriturada; y con Gea, la Gran Madre Tierra, como categoría de una naturaleza sabia, fecunda y creadora. Y su relación fraternal con sus hijos, las fuerzas titánicas de la naturaleza, y con los hijos de sus hijos que somos nosotros. El esclarecimiento de Prometeo construye un concepto de technai epistemológica y filialmente vinculado a los ciclos del desarrollo humano y de una naturaleza infinita. Vinculado a un principio de autonomía y fructificación eterna.

Citas de pie de página

1. Filósofo y ensayista nacido en Barcelona. Ha escrito numerosos libros, entre los que se destacan El continente vacío: la conquista del nuevo mundo y la conciencia moderna (1994) y el monumental Mito y literatura (2014). Es profesor en New York University y en la Escola da Cidade, Facultad de Arquitetura de São Paulo.

2. Guy Debord. La société du spectacle (Paris: Buchet Chastel. 1967). 9.

3.Confessiones, XII. 7.

4."Die Worte 'Geist', 'Seele' oder 'Körper'... die abstrakte Worte... zerfielen mir im Munde wie mödrige Pilze". Hoffmannsthal, Ein Brief.

5."Die vollends aufgeklärte Erde strahlt im Zeichen triumphalen Unheils". Adorno, Horkheimer. Dialektik der Aufklärung. Amsterdam. 1947.

6."Prometheus (erscheint) als Aufklärer par excellence". Klaus Heinrich. Aufklärung in den Religionen. Frankfurt a. M. 2007.


Esclarecimiento providencial

Providential enlightenment

Christopher Britt7

Con la demolición del Muro de Berlín, en 1989, y la subsiguiente disolución de la Unión Soviética, en 1991, la lógica nihilista de una destrucción mutuamente garantizada que dominó la Guerra Fría cedió el paso rápidamente a visiones algo más esperanzadoras del porvenir. En Occidente y, particularmente, en los Estados Unidos, este optimismo se representó bajo las banderas de un glorioso triunfo. Francis Fukuyama cristalizó la forma definitiva de esta visión victoriosa cuando, en 1992, interpretó el final de la Guerra Fría como el mismo final de la historia. De acuerdo con su fantasía, en esta época "post-histórica" ya no le quedaba al "último hombre" mucho más por hacer que atender a la administración global del imperio y disfrutar de las resultantes prosperidad y paz perpetua.8

Hoy el hombre disfruta de esa paz: una guerra global contra el terror que no tiene indicios de un final; una economía de mercado en permanente expansión cuyo frenético consumo de energía arroja rápidamente al mundo a un colapso ecológico; y por todas partes los mismos signos de una desintegración social y política asociada con un llamado estado de excepción elevado a nueva norma de gobierno, no solo entre regímenes despóticos, sino también, lo que es más significativo, entre las democracias del mundo entero.9 El resultado de esta violencia global es el mayor número de refugiados, de peticiones de asilo y de personas internamente desplazadas desde la Segunda Guerra Mundial.10 No vivimos en una era poshistórica bajo el signo de la paz perpetua, sino en una edad de crecientes guerras globales y de destrucción.

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El análisis crítico del esclarecimiento en los Estados Unidos pone de manifiesto un legado que no solamente ha incluido siempre, y hasta el presente, las semillas de las virtudes republicanas que han sostenido la democracia norteamericana durante siglos, sino también, los vicios que repetida y persistentemente han debilitado a esa democracia. Junto a las virtudes y limitaciones de la moderna democracia estos vicios imperiales son británicos en cuanto a sus orígenes. Ello encuentra su primera formulación filosófica en la identificación de Francis Bacon del razonamiento inductivo como el nuevo y el único órgano y método del pensamiento capaz de liberar a los seres humanos de la ignorancia y de revelarles las leyes por medio de las cuales sobreponerse a la naturaleza y gobernarla. La teoría política de John Locke también identifica el esclarecimiento con el autogobierno: un gobierno de sí mismo que se extiende, en razón de la industria y el trabajo, sobre las "islas vírgenes" y los "pueblos incivilizados" que ese trabajo industrial está supuestamente llamado a incorporar a la marcha del progreso. El esclarecimiento, de acuerdo con estas formulaciones originarias, es la soberanía que libera a los humanos esclarecidos de la ignorancia y, al mismo tiempo, les capacita para dominar a la naturaleza y al propio humano. Significativamente, tanto para Bacon como para Locke, este imperium esclarecido era, a la vez, una cuestión providencial, dependiente de la sanción bíblica de una dominación universal sobre la naturaleza.

Cuando, en 1776, los colonizadores británicos de Norteamérica declararon su independencia de la monarquía británica creían que su sociedad era la encarnación más auténtica de este esclarecimiento providencial. Y cuando, en 1789, los Founding Fathers, los Padres Fundadores, ratificaron la Constitution of the United States of America, vieron en esos Estados Unidos una mítica "Ciudad levantada sobre las Colinas" y un modelo de luz en el vasto horizonte de una oscura historia mundial. Más tarde, en 1803, cuando Thomas Jefferson firmó la compra de Luisiana, lo hizo, asimismo, creyendo que su país estaba llamado a cumplir el objetivo de un "imperio de la libertad" destinado a expandir la luz emancipadora de la razón por el mundo entero. De Franklin a Jefferson y de Washington a Hamilton, los Founding Fathers abrazaron la lógica providencial implícita en la noción imperialista de esclarecimiento como un estado liberador del señorío. En 1823, John Quincy Adams, que creyó firmemente que Dios había otorgado a los Estados Unidos la dignidad de una nación redentora, declaró por medio de la Doctrina Monroe que el imperio de la libertad de Norteamérica incluía por naturaleza a la totalidad de las Américas.11

A lo largo del siglo diecinueve la convicción de que América estaba llamada a cumplir un "destino manifiesto" llevó al gobierno de los Estados Unidos a la anexión de cada vez mayores extensiones de tierra, ya fuera por medio de su compra (como fueron los casos de Oregón y Alaska), ya fuera a través de la conquista militar explícita (como lo fueron Florida, el Norte de México, Puerto Rico, Hawái y las Filipinas). Aunque estas conquistas expresaran ciertamente el legado esclarecido del imperio americano, no por ello pusieron menos en cuestión el compromiso de América con los ideales esclarecidos republicanos y demócratas cristalizados en la Declaration of Independence. De hecho, en 1900, la mayor parte de los estadounidenses se habían enamorado a tal punto de la idea de que América había sido elegida por la Providencia para civilizar el mundo por el bien del cristianismo, la democracia y el capitalismo que, en las elecciones presidenciales de ese mismo año, votó abiertamente contra la república y en favor del imperio.12

A comienzos del siglo veinte, los presidentes McKinley y Roosevelt promovieron una política exterior que sostenía la expansión imperial global de los Estados Unidos a expensas de la democracia tanto dentro como fuera del país. El pretexto era, sin embargo, que en el siglo veinte el imperialismo de los U.S.A. favorecía la autodeterminación democrática. Esta fantasía estaba íntimamente relacionada con la noción de que el imperialismo norteamericano era históricamente único: un imperialismo antimperial llamado a propagar por las cuatro partes del mundo la prosperidad de la American civilization. Durante los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial, Henry Luce resumía este ideal cuando alentaba a los ciudadanos estadounidenses "a perseguir y realizar la visión de América como poder mundial… lo mismo que el Buen Samaritano… como la fuerza motriz de los ideales de libertad y justicia", y dar forma a una visión del siglo veinte como "el primer gran siglo de América".13 Desde este punto de vista, el Siglo de América, habría introducido en el mundo un nuevo tipo de imperialismo antiimperial, una especie de imperialismo americano que utilizaría su poder con el único objetivo de defender los intereses de la humanidad. Solo hay que recordar los horrores de la venta de armas a Irak, Siria y Afganistán para poder comprender la naturaleza profundamente nihilista y destructiva de esos llamados "intereses humanos" que el imperialismo esclarecido defiende.

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Hoy, más de cien años después de la elección presidencial de 1900, se viven las consecuencias de esta traición histórica en favor del imperio. El legado del esclarecimiento estadounidense se ha fundido tan íntimamente con la visión providencialista del destino imperial manifiesto de América que es casi imposible separar lo uno de lo otro. Considérese, por ejemplo, la creación por el gobierno de los Estados Unidos, como respuesta al ataque terrorista del 11 de septiembre, de un programa de recolección de inteligencia que pretende "una conciencia total de la información" ("total information awareness").14 Domiciliado en las Oficinas de Conciencia de la Información ("Information Awarness Office") de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa o DARPA, este programa comprende esencialmente el desarrollo y la implementación de un aparato de vigilancia capaz de controlar las comunicaciones electrónicas del mundo entero. Su objetivo era asegurar que los terroristas nunca más tomaran por sorpresa a los Estados Unidos. Pero este programa desarrolló un logo que confunde intencionadamente el destino providencial de los Estados Unidos como imperio mundial con la retórica revolucionaria del esclarecimiento. El logo de DARPA usurpó el significado subyacente a una de las metáforas fundamentales de este esclarecimiento precisamente -que la luz de la razón nos libera de la ignorancia. Pero, también, pone sobre su cabeza su lógica emancipadora. Más que representar la libertad de la ignorancia, del miedo y de los controles externos y arbitrarios, la luz radiante del esclarecimiento se ha convertido en la representación de la libertad de un control total a escala global.

El ojo de la providencia, que figura de manera tan prominente en este logo, también es, por supuesto, un componente esencial del Sello de los Estados Unidos. Pero en este sello el ojo omnisciente no está vinculado al ideal imperialista de un dominio total y global. Más bien subraya la aserción esclarecida de que el ser humano, cuando usa su poder de razonar es capaz de comprender el orden del universo y de gobernarse a sí mismo en concordancia con las leyes de la naturaleza. La unidad armónica simbolizada por el Sello de los Estados Unidos es radicalmente diferente de la que representa el logo del DARPA. No es la unidad providencial de tecnología, capitalismo e imperialismo, sino aquella unidad ética de la mente y la comunidad humanas, y el cosmos a la que Emerson dio un sentido trascendental en sus ensayos filosóficos sobre la naturaleza.

Este ideal de una unidad racional, armónica y cósmica ha adquirido las dimensiones de una amarga ironía. En lugar de la razón universal se evidencian hoy las divisiones epistemológicas de los expertos del conocimiento y las limitaciones morales de la mentalidad burocrática; en lugar de la comunidad racional de una humanidad solidaria y responsable, existen las divisiones y los conflictos de un capitalismo global descontrolado, y en lugar de la relación armónica con la naturaleza, se tiene una dominación tecnológica, industrial e imperial tanto de la naturaleza como de la humanidad. Esta es la crisis de la así llamada edad poshistórica: en lugar de establecer la mente en una relación armónica con las comunidades y con la naturaleza, el poder esclarecedor de la razón ha fracturado la inteligencia, ha fragmentado las comunidades y nos ha alienado de la naturaleza.

Y, sin embargo, pese a sus evidentes fallos y su nihilismo destructivo, el legado del esclarecimiento sigue siendo hoy la única fuente viable de poder creativo a través del cual aspirar a la construcción de una unidad ética de inteligencia, comunidad humana y naturaleza. Lo es, no en el sentido del esclarecimiento providencial e imperial, sino, más bien, en términos de los esclarecidos ideales seculares, democráticos, y comunitarios que propuso Thomas Paine a comienzos de la Revolución Americana. Tanto por su oposición al imperio, la monarquía y la religión, como por su insistencia en la democracia popular, el sufragio universal, la abolición de la esclavitud y la educación pública y gratuita, los Founding Fathers consideraron a Paine como un radical, un demagogo y un peligroso partidario de una forma de democracia que resultaba demasiado genuina para quienes pretendían más bien construir un nuevo imperio de libertad.15 En nombre de estos ideales esclarecidos denunciamos hoy todos los nacionalismos e imperialismos que impiden la construcción de un futuro humano.

Citas de pie de página

7. Profesor en The George Washington University y autor del libro Quijotismo y otros ensayos sobre las ideologías nacionales e imperiales de España y de los Estados Unidos de América.

8. Francis Fukuyama. The End of History and the Last Man. New York: The Free Press. 1992.

9. Giorgio Agamben. State of Exception. Chicago: University of Chicago Press. 2005.

10. UNHCR Global Trends Report. 2013.

11. William Earl Weeks. John Quincy Adams and American Global Empire. Lexington, Kentucky: University of Kentucky Press. 1992. 17.

12. La Plataforma del Partido Demócrata se organiza casi exclusivamente en torno a un objetivo antimperialista: "Declaramos… que todo gobierno instituido entre los seres humanos deriva de sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que todo gobierno que no esté fundado en el consenso de los gobernados es tiranía; y que imponer sobre cualquier pueblo un gobierno por la fuerza significa reemplazar los métodos de la república por los del imperialismo". La plataforma llega incluso más lejos en su oposición al imperialismo de los EE. UU. cuando pronuncia: "ninguna nación puede perdurar que sea mitad república y mitad imperio, y prevenimos al pueblo de América que el imperialismo fuera de nuestras fronteras llevará rápida e inexorablemente al despotismo dentro de ellas". Para sostener esta aserción final, la plataforma describe la tiranía estadounidense en Puerto Rico, Cuba y las Filipinas, y concluye con un espectro del militarismo que no significa otra cosa que "la conquista fuera de nuestras fronteras, y la intimidación y la opresión dentro de ellas". "Democratic Party Platform of 1900", July 4, 1900. Online by Gerhard Peters and John T. Woolley. The American Presidency Project http://www.presidency.ucsb.edu/ws/?pid=29587

13. Niall Ferguson. Colossus: The Rise and Fall of the American Empire. New York: Penguin. 2004. 65-66.

14. http://www.alternet.org/civil-liberties/nsa-and-pentagon-dream-total-information-awareness

15. Paul Atwood. War and Empire: The American Way of Life. New York: Pluto Press. 2010. 53.


Esclarecimiento técnico

Technical enlightenment

Paul Douglas Fenn

Obscena ausencia

La democracia está fracasando porque los intelectuales han abandonado el esclarecimiento. La traición de los intelectuales -en particular de los humanistas y científicos académicos- ocurrió hace ya más de un siglo; pero el silencio dialéctico de esta obscena ausencia retumba en nuestros días con el creciente eco de una sinrazón. Los intelectuales deberíamos sentirnos conmocionados y avergonzados; todos nuestros intentos de ayudar a nuestras sociedades civiles para evitar las crisis de nuestro tiempo han fracasado.

Los académicos en particular se han convertido en un gremio fracasado. Se supone que los gremios existen para proteger los intereses privados de sus miembros, pero el gremio académico ni ha podido hacer esto: su fracaso es total. Ustedes los académicos vendieron sus almas a cambio de la enajenación de su labor. De ahí que a los académicos se les ignore, se les odie y se les entregue fondos cada vez más insuficientes para llevar a cabo sus investigaciones.

El cambio climático amenaza la supervivencia porque los intelectuales han abandonado el esclarecimiento. Los humanistas son especialmente responsables de este "oscurecimiento" de la sociedad civil. Guerra indefinida; proliferación nuclear; ingeniería genética y nuevos organismos genéticamente modificados; pesticidas, toxicidad química y la enfermedad del medio ambiente; la industria de armas; dependencia de drogas psicodélicas; súper bacterias; malnutrición industrial; el comercio libre, y el desplazamiento masivo e indefinido… el colapso tiene muchas facetas -todas ellas están siendo impuestas por gobiernos centrales, provocando reacciones fascistas en Europa y los Estados Unidos.

El esclarecimiento duerme postrado, mientras la guerra cultural entre guerreros premodernos y posmodernos sigue su curso. Los conflictos oscuros que se forman entre estos dos bandos generan una futilidad bizantina que paraliza el debate público. Hace tanto tiempo que los intelectuales no han mediado estos conflictos que la opinión pública amenaza con convertirse en la opinión de un populacho, poniendo en crisis a la misma democracia.

¿Por qué tanto tedio? Esta falta de participación crea un estadio vacío donde físicos nucleares y astrólogos presiden sobre la política energética. Este mismo fracaso se aplica a lo largo del espectro de categorías de la política pública, la cual es anticuada, comprometida y fraudulenta. Se vislumbra un epifenómeno dentro de la democracia misma.

Al discurso académico en torno al esclarecimiento le falta un centro. Le falta coherencia. Es un discurso sin pasado. No hay teoría. Lo que está de moda en nuestra época es la negación de la historia. Y esto no es una innovación. Es un peligro. Es belicoso y retrógrado. La pérdida de independencia que han sufrido los académicos, que han dejado en manos de una burocracia neutralizante la soberanía de sus propias universidades, es una expresión particular de lo que pasa cuando la historia y la filosofía se excluyen del discurso político.

La ausencia de un esclarecimiento vivo dejó de contextualizar la vida pública. El mundo no es el detritus amontonado de catástrofes pasadas, como pensaba Walter Benjamin. Es más bien el milagro de toda la historia humana conocida. Es un evento específico. O estamos en el punto culminante o (por suerte) en el paroxismo de un fracaso fatídico. Como los griegos, los romanos y los británicos, la república de los Estados Unidos se enfrenta a su propia decadencia imperial. Se ha alcanzado un consenso que legitima este desplazamiento y alienación de los intelectuales académicos. Burócratas condescendientes, financieros y partidos políticos gobiernan el gallinero, con las profesiones más útiles de la ciencia (o mejor dicho, de la tecnología) convirtiéndose en subgremios que han escapado a toda responsabilidad histórica y filosófica.

Es irónico que los intelectuales no participemos en la democracia que nosotros mismos creamos. Es irónico que los políticos no nos reconozcan a la hora de tomar decisiones sobre tecnologías como la energía nuclear o las armas nucleares. Son los físicos y economistas quienes presiden las políticas energéticas, no los politólogos e historiadores. Es, por lo tanto, una situación más que irónica: es antifilosófica y anhistórica. A pesar de que fueron los intelectuales esclarecidos quienes crearon la misma posibilidad de la ciencia moderna, hoy no tenemos ni voz ni voto.

El escenario contemporáneo de la democracia, que ha sido vaciada de la presencia de los intelectuales, se ha visto reemplazado por una pantalla. Es la cueva de Platón, pero sin los filósofos escondidos en los balcones. Es una pianola. Una farsa corrupta de representaciones comerciales que dirigen al pueblo hacia la oligarquía y el fascismo: la zona rosa del alma. Esta deriva es una democracia postrada que está siendo arrastrada a través del tiempo vacío: un vacío creado por la renuncia social de la teoría.

Las tribunas han desaparecido, y la gente es conducida hacia un laberinto de catástrofes por manipuladores toscos, pero muy bien pagados. Reemplazados por estos eunucos, los intelectuales permiten que los arquetipos de la civilización sean transmutados en perversidades mutiladas. Como los escolásticos medievales, los humanistas contemporáneos estudian esas perversidades como si fueran artefactos culturales y nuevas formas de libertad. La teoría de la resistencia ha transformado la libertad política en la libertad de la perversión y la sedación. Es un aula pequeña y torcida de libertinaje enloquecido que los intelectuales celebraron y que ahora imponen sobre la multitud indefensa que se enfrenta a la gran esfinge de la democracia. Sin importarles los intereses comunes de madres y padres, los intelectuales se quedan pegados a lo marginal: le rinden culto a la alteridad, a la otredad. Esta traición a la sociedad civil es, a su vez, una especie de corrupción que imposibilita la democracia. Debemos gobernarnos… tenemos que gobernarnos. Si no lo hacemos, acabaremos volviendo a la barbarie que es la herencia común tanto de Europa del este como de occidente: una barbarie que sigue estando presente en el resto del mundo hasta el día de hoy.

La ausencia de los intelectuales también explica por qué los periódicos son tan malos. Es la razón por la cual ya nadie lee nada. La ausencia de los intelectuales causa un estado de depresión cultural que socava la solidaridad civil y crea demanda pública para un sustituto, que es el fascismo. Su ausencia es un silencio que ha sido llenado por el ruido industrial totalitario de los mass media electrónicos: pianolas, robots, grabaciones, inteligencia artificial. Los intelectuales han vuelto a su gente indefensa ante el espectáculo cegador del capitalismo imperial o el comunismo imperial en nuestra época de perpetua Guerra Fría. Les han dejado sin otra opción que el populismo imperial. Los intelectuales esperan este populismo como la satisfacción de todos sus perjuicios. Y este es el caso porque los intelectuales se han vuelto, en realidad, clérigos y nigrománticos. Hoy ya no se encuentra la manera de enganchar la sociedad civil con la democracia. Claro que la sociedad se está volviendo fascista: la obscena ausencia de los intelectuales no le ha dejado otra alternativa: se ha aburrido y ya no le escucha a nadie -el chirrido simio del hombre democrático.

Hoy, cien años después de la traición de los intelectuales, el saber se ha vuelto totalitario. Los intelectuales y académicos se han vuelto en especialistas compartimentados. Científicos o humanistas, todos se han sometido a la enajenación tecnológica. Han aceptado y han impuesto sobre los demás una incompetencia epistemológica. Se han olvidado de los principios básicos sobre los cuales todas las civilizaciones se han fundado. Y ahora observan el colapso de su propia civilización con la indiferencia de unos traidores.

Esclarecimiento técnico

El esclarecimiento técnico corresponde a la reintegración epistemológica del saber científico e histórico; de techné y poiesis. La premisa del esclarecimiento técnico es que la tecnología debe estar sometida bajo la autoridad de la razón científica, lo cual quiere decir filosófica, y no meramente comercial, militar o instrumental.

Esto implica que el esclarecimiento técnico solo puede surgir entre intelectuales. En específico, tiene que surgir de la rebelión de humanistas académicos en las universidades. Deben rechazar la especialización de los saberes como una forma de proletarización y enajenación del trabajo. Esta rebelión académica posee una dimensión social, lo mismo que la crítica de la deuda en Nietzsche o de la servidumbre en Hegel: es el resentimiento. Un resentimiento que es el resultado de abusos sistemáticos. En los Estados Unidos cada año se somete a millones de jóvenes estudiantes universitarios bajo el peso de una deuda tremenda: una deuda impuesta por el precio de la matrícula, por los carteles de las editoriales que adoctrinan a los estudiantes mientras cierran el paso a la participación de intelectuales, como si les estuvieran ofreciendo un servicio a ambos. Y en Europa la educación "social" equivale a la opresiva especialización a partir de los 16 años de edad: un gremio académico que hostiga el esclarecimiento.

Un esclarecimiento técnico debe enfocar esta rebelión contra la especialización de los saberes en solidaridad con los estudiantes graduados y los profesores sin cátedra que han de escoger entre una servidumbre humanística y marginalizada u otra privatizada, militar y corporativa. Ustedes los intelectuales están implicados en su propia enajenación: de manera activa como administradores universitarios y de manera pasiva por medio de la especialización epistemológica.

En última instancia, las versiones profesionales y epistemológicas de la proletarización deben incorporarse también como objetos de esta rebelión. Casi todos los profesores, tengan o no un puesto fijo y seguro, están enajenados de su labor y trabajan bajo la disciplina de la especialización. Los humanistas de todas las universidades han sido reducidos a mascotas nostálgicas para la investigación y desarrollo industrial y militar: son sus críticos, sus apologetas o sus bibliotecarios. Inclusive el corazón de su labor está excluido de la pomposa imbecilidad de las grandes editoriales. Los académicos deben someterse a las revistas y libros arbitrados, que, a su vez, excluyen más autores y filtran y demoran el acceso a lectores. Se trata de una censura que aísla la labor intelectual. La indignidad es inconsistente con los principios más básicos del esclarecimiento y el saber universal.

Los académicos deben ser líderes no porque sean los únicos intelectuales que han sido proletarizados, sino porque han sido los últimos en someterse a la enajenación de su labor: son los "últimos humanos". La toma de posesión de las universidades por burócratas solo refleja la última batalla de una guerra que ha aislado a todos los humanistas detrás de la cifra críptica de noticias corporativas, libros corporativos, y ocio informativo y electrónico corporativamente controlado. En la ausencia de una verdadera rebelión de los intelectuales, esta figura industrial ocupa el centro de un "Nuevo Orden Global" que define a los individuos en función de sus preferencias privadas y a la verdad como las tautologías del poder.

Mientras los humanistas y los científicos sienten esta proletarización en sus carreras y en la reducción de su conocimiento especializado, los individuos que estos intelectuales deberían estar esclareciendo están secuestrados por una pesadilla infantil de enajenación que va desde la estandarización del currículo escolar hasta los monopolios de los medios de comunicación corporativos, y de la negación de la verdad por parte de los "periodistas ideológicos" hasta la privacidad terapéutica. Perdidos en esta alienación, a los intelectuales se les han olvidado sus responsabilidades, no meramente en términos de educar a la gente y crear un medio ambiente cultural en el que puedan vivir, sino también, en el sentido de proteger a la verdad contra una división del trabajo que hace imposible una cultura esclarecida, impidiendo la creación del nuevo conocimiento que se requiere para sobrevivir las consecuencias de cien años de desarrollo tecnológico caótico.

Las consecuencias culturales de esta enajenación son profundas y dañinas tanto para el esclarecimiento como para la democracia. La administración corporativa de las ciencias y la investigación científica, la financiación corporativa de las universidades, y la privatización del conocimiento generado en estas universidades, es ya un hecho común. Mientras los estudiantes graduados de programas de maestría y doctorados esperan años para poder publicar sus libros con editoriales universitarias que venderán sus libros a precios tan exclusivos y prohibitivos que casi nadie los leerá, las supermodelos, los sicarios económicos y los intelectuales mediáticos que trabajan por las corporaciones le explican al mundo cómo pensar de las crisis. Así se aseguran de que la gente sepa cómo hay que votar cuando vayan a votar. A su vez, nuestros políticos son una multitud solitaria de extrovertida paranoia. Ninguna parte de las humanidades profesionales ha podido salvarse de este proceso de proletarización y la resultante pérdida de control sobre el trabajo. Con la aprobación de los intelectuales, la sumisión del trabajo a la enajenación ha llegado, por fin, a ser un epifenómeno universal que impone una condición generalizada de enajenación cultural. ¿Es esta la revolución que prometía Marx? Por lo visto, no. Es un "oscurecimiento": el eclipse de la razón que Horkheimer había anticipado, la pesadilla temida por pensadores esclarecidos como Herder, que dudaban de que la tradición podía ser reemplazada por nada más que la razón instrumental.

Los Estados Unidos de América es un ejemplo privilegiado del notan-maravillo nuevo mundo en el que vivimos. Los ciudadanos se han visto reducidos a clientes, nuestras democracias han sido convertidas en casas de encuestas comercializadas, y nuestra política ha devenido en un sistema para la recaudación de fondos con que comprar votos. Entre tanto, los banqueros han sido reconocidos como árbitros transnacionales y, por lo tanto, como los dueños de facto de los estados. La democracia se arrodilla bajo el peso de su incoherencia cobarde. Comienza una nueva crisis de legitimidad. Dentro de esta crisis, hastiados multimillonarios de la televisión se vuelen populares: nuestro Craso, este Trump, compraría su manto de púrpura. Las guerras culturales se reanudan y luchamos sobre los derechos de personas transexuales mientras guerras civiles y el cambio climático son negados o abrazados según "valores" en vez de hacerlo sobre la base del conocimiento. Esta oscuridad es el resultado de la ausencia de los intelectuales.

Desafortunadamente, la participación intelectual en la sociedad civil no es, en última instancia, una simple cuestión de acción moral. No se logra con solo ir a las protestas o reuniones, o trabajar como voluntario en una campaña. Lo que se requiere no es el intelectual travestido de político o activista, sino un conocimiento integral que sea capaz de unir las artes con las ciencias: o sea, el esclarecimiento técnico. En pocas palabras, la participación como intelectuales en la sociedad civil requiere la capacidad de establecer conexiones entre los múltiples campos de conocimiento, tanto técnicos como filosóficos, con el fin de introducir la sabiduría de la historia y la filosofía en los debates cívicos y, de esa manera, hacer que las democracias aprendan de nuevo cómo tomar decisiones reflexivas. En este sentido, el esclarecimiento técnico no pertenece a Occidente. Se trata más bien de la factibilidad de la democracia en cualquier país, incluyendo aquellos que surgieron como resultado de condiciones locales y muy particulares que tardaron siglos en llegar a un estado estable más o menos parecido al de la civitas de Roma.

La dimensión ética de la idiotez -entendida como la traición de los intelectuales a la democracia- es superficial cuando se compara con las consecuencias más profundas de la subordinación histórica al analfabetismo rigurosamente impuesto por los académicos. La especialización sirve como obstáculo a que los profesionales técnicos contribuyan a debates que van más allá de su formación. Esta ausencia de balance epistemológico entre las élites intelectuales los hace categóricamente tan inútiles para los propósitos de la ciudadanía como el analfabetismo bruto de las personas sin educación. Humanistas proletarizados no son verdaderos filósofos y no pueden ser historiadores en el sentido cívico de saber explicar nuestro pasado.

Intrusiones

El esclarecimiento tecnológico requiere la intrusión epistemológica como un nuevo tipo de conocimiento: un cambio en la actividad de lo que se ha venido llamando la praxis. Un cambio que concierne a la constitución misma del conocimiento, y no meramente sus usos o abusos. Este nuevo conocimiento requiere una forma de intrusión. Es dialéctico y dialógico. La dialéctica positiva implica entrar en un tema como legista (o el creador de leyes) y no meramente como un crítico o asesor a los legisladores o jefes. El esclarecimiento técnico provoca apoyo y engendra oposición porque, al traspasar los límites de diversos conocimientos especializados, genera una oportunidad no solo para la subversión del poder sino para imaginar y legislar el cambio. Este es el verdadero escenario del esclarecimiento: un compromiso filosófico con nomenclaturas técnicas: un savoir faire.

No se trata de un movimiento que va a cambiar la conciencia de las masas. Tampoco busca la transvaloración de la cultura. Se trata más bien de una nueva acción intelectual. Un cambio en la actividad de los intelectuales, no de las masas. Es una invitación a la participación intelectual en la democracia.

Su dialéctica encierra el uso estratégico del conocimiento privilegiado para designar nuevos futuros radicales. Se trata de aceptar el papel privilegiado que ocupan los intelectuales en la sociedad civil. Los intelectuales no tenemos por qué imitar a los proletarios e intentar ser fieles a sus intereses. Al contrario, debemos actuar como los traidores de clase que somos. Los intelectuales somos los segundos hijos en un sistema de primogenitura: desheredadas élites que se rebelan dentro de una exclusión irónica. Nuestro conocimiento privilegiado informa y dirige el matrimonio de poderosas demostraciones de significado técnico con una intención filosófica clara.

La dirección y el ritmo del desarrollo tecnológico acumulan amenazas existenciales que tienen sitiada a la civilización humana. A falta de solidaridad, las sociedades desplazadas son desleales entre sí y esta brecha de ambivalencia les permite desarrollar tecnologías destructivas, inflamables y centralizadas como los combustibles fósiles y la energía nuclear. Hacen esto a cambio de desarrollar tecnologías renovables y locales que serían capaces de frenar el crecimiento insostenible. Y como resultado, se produce la crisis de legitimidad que subsume a todo el mundo contemporáneo por igual, desde los países celosos de sus formas de vida premodernas, hasta los países que ostentan sus deformadas y fluidas vidas posmodernas.

Nuestra política no funciona en ningún nivel. Pero donde menos funciona es en el control industrial y militarista de los gobiernos centrales, donde predominan los intereses nacionales e internacionales. Allí se forma una sociedad hermética de especialistas que eligen malas tecnologías para resolver problemas que generan todavía más problemas. Reconocer y proyectar la relación entre un problema y otro: he aquí el papel del intelectual, que no hace otra cosa hoy día que guardar su silencio obsceno y la estrechez mental que expresa.

Como un intelectual intruso que traspasa fronteras en su diario vivir, yo he ayudado a transformar la industria de la energía en los Estados Unidos. Aproximadamente 1.300 ciudades (o el 5 % de la población nacional) ahora recibe su energía por medio de comunidades locales que ejercen control democrático al nivel municipal. Las leyes que hacen este cambio posible han sido aprobadas por la mayoría de los principales estados de los Estados Unidos, que en sí representan un tercio de la demanda nacional del país. Estas intrusiones y transgresiones fueron definidas por las brechas sociales, industriales, y técnicas que separaban lo que yo pretendía esclarecer filosóficamente: la localización de la energía y la democracia y lo que la sociedad estaba dispuesta a implementar. Una filosofía de la historia fue seguida por una teoría, lo que condujo a una política, lo que me llevó a la política, el derecho, la retórica, el periodismo, la dialéctica negativa y las artes visuales, la propaganda y también a la gobernabilidad, las finanzas, la ingeniería, la planificación, la economía, e incluso, los negocios. Cada momento era inesperado y era el resultado de la frustración y el fracaso: en diálogo dialéctico con el statu quo en última instancia tuve que transformar la Ley, el pensamiento de los expertos y el consenso político en torno a lo que es posible y deseable entre activistas y políticos. Curiosamente, la falta de colegas resultó ser el factor más desafiante: trabajo solo frente a un mundo de extrovertidos paranoicos y expertos incompetentes, un tête-à-tête con gente que se considera "profesional".


Esclarecimiento en una edad de destrucción

Enlightenment in an age of destruction

Christopher Britt, Paul Douglas Fenn, Eduardo Subirats

1

CARTA ABIERTA A UN EDITOR NORTEAMERICANO

Todo comenzó con la lectura de Seven Thesis against Hispanism en Columbia University, en Hofstra University y más tarde en una serie de ciudades desde Rio de Janeiro hasta la mismísima Salamanca, en 2004. Entre otras cosas, en esas tesis se denunciaba sonoramente la ausencia de un enlightenment o una Aufklärung en la Península ibérica y sus excolonias.

En 2010 Christopher Britt, Lunden Mann y Eduardo Subirats, junto a otros profesores asociados con el desaparecido departamento de Romance Languages and Literatures de Princeton University, sometieron un proyecto de investigación sobre los límites intelectuales, políticos y teológicos del esclarecimiento en las culturas lusohispanas al National Endowment for the Humanities. El proyecto es rechazado porque la tesis que lo recorría, la crítica de una ausencia de esclarecimiento en el universo latinoamericano y la necesidad de una redefinición conceptual del proyecto de esclarecimiento en el mundo actual, no fue aceptada por los censores gubernamentales.

En 2011 le siguió la publicación de una serie cerrada de artículos: Esclarecimiento en una edad de destrucción en la revista El Viejo Topo de Barcelona, con ensayos de Christopher Britt, Horst Kurnitzky, Danielle Carlo, Lunden Mann, Susanne Dittberner, Eduardo y Carlos Subirats, etc. en una discusión contra la reducción masiva del concepto de Aufklärung o enlightenment (traducido por esclarecimiento dado el sinsentido de la palabra castellana "ilustración") por parte de la academia global a los constituyentes del poder tecnoindustrial y los discursos políticamente correctos de derechos humanos, feminismo y sustentabilidad.

En 2014, Paul Fenn, Christopher Britt y Eduardo Subirats comenzaron a trabajar en los ensayos que configuran el libro Enlightenment in an Age of Destruction.

En verano de 2016, los tres autores leyeron las conferencias que presentamos aquí en un congreso de filosofía en la Universidad de Sofía como anticipo a las tesis del libro.

Este mismo año enviamos la propuesta del libro que, sin embargo, habíamos acabado en 2015, a diferentes editoriales, entre ellas Palgrave. La respuesta no se hizo esperar. El libro fue rechazado nuevamente con un alarde de prejuicios institucionales que no tenían otra razón de ser que impedir la formulación de una triple crítica: la "Dialektik der Aufklärung", constitutiva del capitalismo del siglo veinte, como ideología cientificista al servicio de la organización corporativa de las megamáquinas del poder, con el énfasis en la reducción pragmatista de los Founding Fathers de Estados Unidos; una ampliación histórica del concepto de Aufklärung de la Könisgberg de Kant, a la Córdoba de Ibn Rushd, y a los mitos orientales de Prometeo y el dios Agni; y tercero, una crítica de la "dialéctica negativa", acompañada de una redefinición del papel del intelectual como activista en la etapa final del capitalismo depredador, y una estrategia ejemplar de control democrático de producción y consumo de energía.

Mr. Robinson,

How unfortunate that the report for which you arranged on Enlightenment in an Age of Destruction (by Eduardo Subirats, Paul Fenn, and Christopher Britt) fails to adequately engage the broad historical and philosophical implications of our essays. The first sentence of the report recognizes that "This is an ambitious project". Indeed, it is. And in this time of political and historical crisis, it would never have occurred to us to think that a spiritually conservative publishing house could afford to turn down ambitious projects of this kind.

Alas, for judgment of our work, you have turned to someone who is apparently incapable of thinking outside the cubicle assigned to them by an academic world that has increasingly come to be defined by the myopic and self-serving knowledge of experts who specialize in areas, sections, and subsections of the Humanities. Their judgment? "It is quite disorganized in its present form with the authors seeking to do almost everything to create a new post enlightenment theory."

Your reader seems to be afraid of the intellectual freedom associated with the essayistic form. In our case, this freedom is linked to the exploration of the mythological and metaphysical background of enlightenment myths and philosophies, the historical analysis of the failure of the American Enlightenment, and the critique of negative dialectics. This means our book does not fall into the postmodern traps of positivism, spectacle, and virtual reality: the "idols of the mindless" that experts worship in our age of destruction. Your reader would appear to be one of these idiot experts.

Frankly, the report on Enlightenment in an Age of Destruction that your reader prepared says nothing of any real import about the project. It merely complains that our book is not obediently academic, neurotically self-limiting, or masochistically self-mutilating. For instance, to say that "there is no literature review at the beginning" exhibits one of the most common neurotic symptoms commonly suffered by academic bureaucrats and functionaries: the obsessive-compulsive insistence on repetition, reproduction, self-perpetuation. But to complain that we should be more "helpful" and "provide a literature review" is also, or rather in the first place, a coercive way of controlling what can be said and what cannot be thought. The imposition of such a restriction, of course, violates the sense of intellectual independence and reflection that has defined Humanism from Leone Ebreo to Goethe. Not only does it represent the diktat of an uneducated gate keeper, it is also the most common and stupid way to impose a coercive academic order on intellectual life.

Yet the most disgracing comment of your gramatological watchdog is the conclusion derived from, and in the face of, our project's self-evident ambition, scope, and urgency: "the authors… do almost everything to create a new post enlightenment theory". The American academic and cultural industries don't ever seem to grow tired of transforming everything into a "post," from art to politics.

It may seem pointless to insist, against the mainstream prejudices of your reader, that Enlightenment in an Age of Destruction is a radical criticism of the epistemological as well as political limitations of the European and American enlightenments. But the truth is that we explore no post-anything. Instead, we promote a wider sense of enlightenment: one that is defined by the spirituality of Buddha and represented by the myth of Prometheus. As we make clear from the outset, our frame of reference is not some postmodern faux debate on the ambiguities of the Enlightenment, but the notion of enlightenment itself, as formulated by the Spanish-Islamic philosopher Ibn Rushd, the rebellious Italian philosopher Giordano Bruno, and the heterodox Jewish metaphysician Spinoza.

We regret the reduction of enlightenment to mere technological power as represented by Franklin, and its association of les lumières with the "brightness of a thousand suns" that Oppenheimer championed in the face of Hiroshima and Nagasaki's utter destruction. We deplore how the enlightenment has been reduced to negative dialectics and how resistance, as opposed to truth, has been elevated conceptually into a theory. We denounce the constraints imposed on intellectual freedom by the mind-numbing suppressions and censorship of an academic routine that consistently masks its cowardice as heroic resistance.

Eduardo, Paul, Christopher