Las humanidades en una edad de destrucción*

The humanities in the age of destruction

Eduardo Subirats
Filósofo y ensayista nacido en Barcelona. Ha escrito numerosos libros, entre los que se destacan El continente vacío: la conquista del nuevo mundo y la conciencia moderna (1994) y el monumental Mito y literatura (2014). Es profesor en New York University, New York, USA, y en la Escola da Cidade, Facultad de Arquitectura de São Paulo, Brasil.
E-mail: eduardosubirats@msn.com

* Conferencia "Humanidades" en la Cátedra Alfonso Reyes, Monterrey (22 de Abril, 2005); conferencia "El lugar de las humanidades en una edad de destrucción" en el XXIII Encuentro Nacional de Investigación Educativa, Morelia (28 de Noviembre de 2009); conferencia "Las humanidades en una edad antihumanista" en el Encuentro de Decanos de Facultades de Humanidades, Cali, Colombia (4 de Diciembre de 2009).


Resumen

Comparadas con saberes que permiten dominar la naturaleza y dar réditos económicos, las humanidades parecen hoy en día irrelevantes. Queriendo complacer esta exigencia, han perdido su rumbo. Las humanidades heredaron del humanismo renacentista la perspectiva universal, la recepción de la diversidad, la superación del dogmatismo religioso; impulsaron la libertad, la crítica y la emancipación. En la actualidad, el neoliberalismo le cobra a éstas su capacidad de disentir. Las universidades complacen al corporativismo planetario formando antihumanistas enmascarados con jergas ciegas a las crisis de nuestro tiempo: el hambre, el calentamiento global.

Palabras clave: humanidades, humanismo, corporativismo, universidad pública, universidad privada, antihumanismo.


Abstract

Compared to the knowledge that allows domination of nature and economic returns, humanities seem irrelevant today. Wishing to satisfy this requirement, they have lost their way. Humanities inherited, from the Renaissance humanism a universal perspective, the reception of diversity, and overcoming the religious dogma; they boosted freedom, criticism and emancipation. Today, neoliberalism charges their ability to dissent. Universities pleased global corporatism forming masked antihumanistics with a blind jargon on the crises of our time: hunger, global warming.

Keywords: humanities, humanism, corporatism, public university, private university, antihumanism.


Una edad de destrucción

El problema que deseo plantear en este ensayo es la relevancia o la irrelevancia de las humanidades en la enseñanza media y en los estudios superiores y, por consiguiente, el significado o la insignificancia que esas humanidades puedan representar para jóvenes como ustedes que desean abrirse un camino en la vida a través de un conocimiento ejemplar de la realidad en la que viven. Por consiguiente, nuestra primera tarea es tratar de definir a estas llamadas humanidades. Sin embargo, la primera definición que ustedes seguramente se hacen de ellas es la de un conjunto de saberes especulativos y sublimes que no sirven para nada. A diferencia de los saberes instrumentales, ya sean científico/ técnicos, jurídicos o financieros.

Esta definición negativa de las humanidades como saberes que no dan frutos económicos no es irreverente, ni tampoco es provocativa. Es precisamente la definición canónica que dio Francis Bacon, el padre de la tecnociencia moderna, a comienzos del siglo diecisiete. Este filósofo declaró lo que llamamos humanidades –él menciona las tradiciones metafísicas, religiosas y literarias de los hindúes y también las filosofías de la Grecia antigua– como saberes epistemológicamente limitados de carácter estrictamente local en el tiempo y el espacio, frente a la universalidad o globalidad de la tecnociencia. Además, los saberes de lo que hoy llamamos Humanities carecían, según Bacon, de las dos dimensiones sagradas de la ciencia empírico­crítica: no son productivas en un sentido económico­capitalista y tampoco sirven a la dominación de la naturaleza. Y la productividad capitalista y el poder sobre la naturaleza eran las categorías que distinguían y distinguen el carácter apodíctico y universal de la verdad científica según el Novum Organum, de Bacon. Productio y potentia son las palabras mágicas que invocaba.

Desde esta Instauratio Magna de Bacon asumimos una abrupta división entre saberes literarios, artísticos y filosóficos improductivos, como pueden ser los estudios literarios, las artes, la historia, la ciencia de las religiones y la filosofía, y saberes productivos ligados a la industria, el comercio, las administraciones jurídicas y, no en último lugar, la guerra.

Por consiguiente, ya sabemos lo que las humanidades son desde un punto negativo: son saberes locales, improductivos y superfluos por que no producen interés económico, ni confieren poder político alguno. Esta definición negativa ofrece, además, una sólida legitimación para que las secretarías de cultura y educación, así como las agencias financieras mundiales reduzcan su campo de estudios o los eliminen por entero con la mayor tranquilidad de conciencia. ¿Pero qué define a estas humanidades desde un punto de vista afirmativo?

En primer lugar, es preciso recordar que humanidades no significan lo mismo que Humanismo, pero que existe una relación histórica y un vínculo intelectual profundo entre ambos. Humanismo es una palabra que se utiliza para definir a una tradición de filósofos, poetas y artistas del renacimiento europeo con los que se abre el periodo histórico­universal que llamamos Modernidad. Escritores y filósofos como Francesco Petrarca o Giordano Bruno. Artistas como Leonardo, Alberti y Durero. Reformadores religiosos como Erasmo. Escritores como Cervantes o Goethe. Críticos del colonialismo cristiano como el Inca Garcilaso. La gran revolución de estos intelectuales consistió en abrir los horizontes lingüísticos de su tiempo más allá del latín y el griego, y de las culturas grecolatinas. Las filosofías árabes, el misticismo islámico y la cábala, las tradiciones espirituales del Egipto y la Mesopotamia antiguos, y los filósofos y místicos de Persia y la India, o los saberes cosmológicos de los incas se convirtieron en el fundamento de lo que el antihumanismo y anti­intelectualismo dominante en las universidades de hoy se suele menospreciar bajo el slogan propagandístico de "universalismo humanista." Al incluir en esta pequeña muestra de filósofos, artistas y escritores al Inca Garcilaso, cosa infrecuente en las humanidades como hoy en día se conciben, ampliamos expresamente este espectro intelectual y lingüístico a las lenguas y culturas clásicas del continente americano que el contemporáneo racismo académico excluye del main stream. En fin, podemos decir a modo de conclusión que, desde un punto de vista histórico, las humanidades son la expresión de una apertura humanista al conjunto y a la diversidad de las expresiones culturales, religiosas y filosóficas de la humanidad.

Sin embargo, tenemos que hacernos una pregunta importante con respecto a estos humanistas: ¿Porqué fueron tan importantes si no produjeron conocimientos económicamente rentables y si todos ellos estaban ligados a las realidades culturales enteramente locales y en muchos casos completamente aisladas de las ciudades europeas? Quizás algunos ejemplos puedan aproximarnos a una respuesta.

Petrarca es conocido por un poema que eleva la dignidad humana a la altura de los dioses. Leone Ebreo, Bruno y, más tarde, Spinoza expusieron la visión filosófica de un cosmos infinito, creador e increado, y en sí mismo perfecto y divino. También el Inca Garcilaso construyó una visión armónica del mundo a partir de la cosmología y la religión de los incas. Por sí solo eso no les parecerá relevante. Cualquiera puede decir que la humanidad y el universo son tan grandes y sublimes como los mismos dioses. Tal vez sea preciso puntualizar por eso que lo diferente y relevante en estos casos residía en una celebración de la perfección del ser opuesta a una tradición cristiana que había rebajado lo humano y la naturaleza a los niveles más sombríos de angustia y nihilismo, y para el cual lo importante no era el conocimiento y la belleza de los seres, ni tampoco la felicidad humana en la Tierra, sino el poder escolástico y eclesiástico, la opresión militar y moral, y la salvación y liberación de las almas en un indefinido más allá.

Leone Ebreo definió un cosmos infinito y armónico en cuyo centro el existente humano resplandecía como expresión maravillosa. Todo en la vida, desde el deseo erótico hasta el amor al conocimiento, servía a esta unidad armónica de un universo plenamente espiritualizado. También esta concepción se oponía al antihumanismo cristiano que postulaba una desarmonía fundamental entre la naturaleza y nuestra existencia, a partir del mito nihilista y el dogma autócrata de un pecado originario y absoluto.

Giordano Bruno fue el filósofo que llevó la superación del geocentrismo por Copérnico a sus extremos más revolucionarios. Concibió un universo infinito y dinámico, increado y creador en el que el existente humano era el verdadero centro espiritual llamado a glorificarlo con las expresiones divinas de su conocimiento y de sus artes. Leonardo da Vinci, por citar a un nuevo, pero no último testigo, reveló a lo largo de sus investigaciones otros secretos de esta misma centralidad espiritual del humano en un cosmos divino. La Gioconda es una expresión de esta perfección a la vez cosmológica, espiritual y física…

He aquí algunos trazos esenciales del Humanismo: la centralidad del humano en un sentido cósmico y, en consecuencia, también social; el reconocimiento de la pluralidad de religiones y expresiones espirituales humanas como igualmente sublimes e igualmente válidas; y la celebración del carácter divino y perfecto del ser en un sentido religioso, metafísico y artístico. El significado histórico de este Humanismo fue el de un despertar del conocimiento a los secretos del cosmos, lo humano y lo divino. Humanismo significó también una apertura a todas las culturas históricas, a todas las tradiciones filosóficas y a las diferentes religiones de la humanidad, sin distinción de lo verdadero y lo falso, de lo jerárquicamente superior e inferior. Leone Ebreo incorporaba a su filosofía las tradiciones racionalistas de la filosofía islámica. Giordano Bruno hacía lo propio con los saberes espirituales de la Mesopotamia y el Egipto antiguos. El Inca Garcilaso trazó una síntesis del humanismo lingüístico italiano, la filosofía cabalista hebrea y la cosmología inca. Durero llamó la atención sobre la complejidad y perfección de las expresiones artísticas de mayas y aztecas que el imperialismo cristiano había destruido. He aquí también algunos de los rasgos de las humanidades en un sentido moderno.

La riqueza de las humanidades no residía en los poderes técnicos y económicos que garantizaba, sino en el reconocimiento de la diversidad de las culturas y de la dignidad y singularidad del humano. No quiere esto decir que la ciencia humanista descartase la utilidad práctica del conocimiento. Copérnico justificaba sus descubrimientos astronómicos que cuestionaban el monopolio eclesiástico del conocimiento con el argumento de que permitiría perfeccionar los calendarios de la misma Iglesia que le condenaba. Leonardo se ganaba la vida como ingeniero militar y organizador de fiestas para la nobleza florentina. En otros casos, sin embargo, la nueva ciencia humanista era censurada y perseguida por cuestionar la legitimidad de poderes opresivos y dogmas falsos. El Inca Garcilaso vivió toda su vida en el exilio. Luis de León fue condenado por la Inquisición a varios años de cárcel por el delito de traducir y comentar a partir de su original hebreo el Cantar de los Can tares, y de disentir de la falsificada versión oficial cristiana. Después de encontrar todas las puertas de las universidades europeas cerradas a su espíritu renovador, Giordano Bruno fue quemado vivo en la plaza pública.

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Pero estamos en México y hablamos la lengua de Castilla. Y en el México novohispano y en el ámbito de la lengua castellana no hubo espacios en los que pudiera desarrollarse el espíritu del Humanismo. Hubo humanistas importantes en la península ibérica y en América, como Cervantes, el Inca Garcilaso o los hermanos Valdés. Pero los que no vivieron una suerte de exilio, murieron en las mazmorras o en las hogueras de la Inquisición. Otro tanto sucede con la reforma intelectual de la Ilustración, la última consecuencia de este Humanismo europeo. La reforma esclarecida del pensamiento fue asimismo brutalmente decapitada en el mundo hispánico y las consecuencias de su eliminación son visibles todavía hoy en los gestos de arrogante indiferencia que las naciones hispánicas exhiben sin excepción hacia las instituciones educativas de las humanidades.

Tres intelectuales hispánicos modernos pueden citarse como testigos de estas mutiladas reformas humanistas en este menguado universo: el venezolano Simón Rodríguez, el peruano Pablo de Olavide y el español José María Blanco White. El primero murió en el destierro y bajo el signo del fracaso. El segundo fue sometido a un Auto inquisitorial y obligado bajo coerción a escribir un libro contra sus propios ideales reformistas. En cuanto a Blanco White, fue obligado a un exilio sin retorno y su obra madura ha permanecido absolutamente censurada en el mundo hispánico hasta el día de hoy.

En la historia moderna de nuestras naciones hispánicas ha existido, sin embargo, algo que se ha llamado y sigue llamándose Humanismo, pero que responde a un modelo completamente diferente de conocimiento del que representaba un científico como Copérnico, un filósofo como Spinoza o un artista como Alberto Durero. Y es diferente este Humanismo hispánico porque no tiene que ver con el rigor hermenéutico o científico, ni con el principio de la crítica. Se trata de un Humanismo concebido como representación filosófica, literaria o artística de valores trascendentes. Y se trata de un humanismo filosófico vinculado al humanismo sacrificial cristiano, es decir, al ideario de la salvación de la humanidad global en la cruz como símbolo de esa trascendencia. El ejemplo más notable lo constituye la Escuela de Salamanca, cuyos humanistas cristalizaron los valores éticos de la Contrarreforma, por ejemplo, la dignidad divina del humano y su derecho a la salvación eterna, en las leyes que regularon el proceso de dominación colonial americana. En el mundo moderno esta concepción de las humanidades como representación general y abstracta de los valores trascendentes de la persona, el estado y la nación la encarnan celebrados escritores: José Enrique Rodó en América, y José Ortega y Gasset en la península ibérica.

Repito que este Humanismo hispánico no ha sido ni es un método de conocimiento, ni de crítica, ni tampoco ha significado una apertura intelectual a las libertades políticas o a un pluralismo cultural, ni mucho menos ha contribuido en alguna medida a dignificar la condición humana, al contrario de las humanidades del Renacimiento y la Ilustración europeos. Es un Humanismo fundamentalmente retórico. Por eso ustedes sienten desosiego cuando oyen hablar de humanidades y Humanismo, y lo asocian muchas veces con homilías académicas insoportablemente tediosas. Y por eso prefieren dedicarse a la ingeniería o la teoría económica, que parecen menos excelsas, pero les permite confrontarse con una realidad y una responsabilidad tangibles, y les proporciona la satisfacción transparente de levantar una empresa o construir un puente.

En fin, les recuerdo que la crítica de estas humanidades degradadas a mera charlatanería ha sido una constante en el decadente mundo hispánico, desde el Alfonso de Valdés en el Lazarillo, hasta Francisco de Goya en sus Disparates.

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Pero después de escuchar mis lamentos ustedes quizá sientan haber llegado a un camino sin salida, una aporía. Y seguramente se preguntarán: Si las humanidades han sido prohibidas y perseguidas cuando eran independientes y tenían un sentido crítico, y si se han consentido cuando se han rebajado a una charlatanería falsa e inútil, ¿para qué entonces tenemos que estudiar esas humanidades que de todos modos no aportan ni oficio ni beneficio?

Intentaré salir al paso lo más alegremente posible de este difícil dilema recordando la figura y las funciones de un equilibrista de circo. Lo que quiero recordarles son aquellos momentos felices en la historia de las ciudades y las culturas en los que se ha permitido un equilibrio entre un desarrollo económico y la soberanía política junto al florecimiento de conocimientos e ideas con entera independencia de sus provechos económicos o desprovechos políticos. El califato de Córdoba en el siglo doce, el florecimiento de las ciudades sagradas de Cusco y Tenochtitlán en los siglos que precedieron a su destrucción colonial, la Florencia del renacimiento o la ciudad de Jaipur en la India del siglo dieciocho han constituido grandes momentos en la historia de las culturas y deben considerarse como hitos de un concepto reflexivo y contemporáneo de humanidades. La reforma humanista de la universidad dirigida por Wilhelm von Humboldt en Alemania constituye un valioso ejemplo histórico de plena actualidad frente a la devastación antihumanista de la educación que presenciamos por todas partes.

Pero a ustedes este argumento no les convencerá enteramente porque expresa una nostalgia por mejores tiempos pasados. Y les preocupa más bien su presente y su futuro. Por eso trataré de resumirles lo que personalmente pienso sobre el papel de las humanidades como medio de educación y reflexión sobre el presente y el futuro que realmente queremos.

Con respecto a nuestra condición histórica presente quiero señalar, aunque sea muy brevemente, cuatro categorías elementales. Primero: vivimos una edad tecnocientífica y tecnocéntrica. Sin embargo, nuestra perspectiva histórica ya no contempla aquellos ideales humanizadores y liberadores que distinguía a la ciencia clásica en la edad de Galileo o Edison. Ya no asociamos la libertad, la felicidad ni el progreso con el desarrollo de las ciencias instrumentales, como lo hacían Kant o Condorcet. Por el contrario, desde Einstein y Heisenberg, la ciencia moderna contempla su radical distanciamiento y su radical alienación de aquellos fines humanos del conocimiento que habían inspirado los momentos estelares del humanismo moderno. La guerra nuclear, la acción ecocida y genocida de los transgénicos o el calentamiento global derivado del desarrollo tecnoindustrial son los testimonios tangibles del fracaso de la ciencia moderna desde un punto de vista humanista y humano.

Segundo: nos confrontamos hoy con grandes amenazas ligadas a la expansión tecnoindustrial. La destrucción progresiva del ecosistema planetario ya permite comprender desde las cúpulas militares globales un progresivo desastre biológico y humano de envergadura planetaria y proporciones incontrolables en las próximas décadas.

Tercero: el aumento de los controles sobre la inteligencia humana en un sentido artístico, filosófico e intelectual a través de sistemas progresivamente eficaces de modificación de la conducta humana, desde la educación hasta la alimentación y la medicina. Eso permite vislumbrar un futuro, mil veces anunciado por sociólogos, filósofos y poetas, de culturas globalmente uniformadas, una humanidad reducida a la comunicación electrónica, la existencia humana configurada como un aparato de consumo destructivo, la fragmentación y disolución de las memorias culturales y los vínculos humanos que sustentan, y el fracaso terminal del ser humano por toda conclusión.

Todavía hay un último aspecto que debe ser considerado: el desarrollo de la violencia que provocan el hambre, las guerras y la desintegración social; pero que es una violencia con armas de destrucción masiva y cuyas víctimas pueden volatilizarse a través de los mass media con mucha mayor facilidad que las víctimas de los campos de concentración y exterminio que se han expandido a lo ancho de los cuatro continentes desde el comienzo de la era industrial.

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¿Cuál era el objetivo de los estudiosos de la cábala, como Leone Ebreo, de la magia, como Giordano Bruno, o de la cosmología inca, como el Inca Garcilaso? ¿Cuál es el significado de ciencia que se desprende de las investigaciones naturales de Leonardo y Goethe? ¿Cuál el valor del arte que pone de manifiesto una obra literaria como de José María Arguedas o la pintura de Paul Klee?

La respuesta a estas preguntas se encuentra al alcance de la mano. El objetivo de todos estos poetas, pintores, científicos y filósofos era el conocimiento del cosmos y el alma humana. Era también preservar los legados intelectuales, artísticos y espirituales del pasado. Su objetivo consistía asimismo, y no en último lugar, en impulsar un orden social a partir de valores éticos arraigados en las costumbres de los pueblos más antiguos de la humanidad, y abrir nuevas posibilidades al conocimiento y la imaginación. Estos eran, a grandes trazos, los fines que perseguían estos humanistas. Y esto es también lo que podemos aprender a través de las humanidades.

Estamos preocupados por el futuro que nuestro incierto presente encierra como un sortilegio. Estamos preocupados por sus crecientes amenazas de todo género. El papel inmediato de las humanidades reside en posibilitar la comprensión de esta situación histórica y nuestra condición existencial frente a ella. Y la función de estas humanidades consiste también en la creación de un auténtico espacio público de reflexión sobre el futuro que queremos.

Las humanidades en una edad antihumanista

El desarrollo de una experiencia individual de conocimiento científico, ético y estético; el perfeccionamiento individual de la personalidad a través de este conocimiento y a través de sus expresiones intelectuales y artísticas; la configuración de la sociedad a partir de esta misma experiencia ejemplar de conocimiento y de expresión individuales: estos han sido los objetivos de la educación humanista de la universidad moderna. Sus signos se encuentran un poco por todas partes en la enseñanza de las humanidades y en el concepto todavía hoy vigente de artes liberales. El desarrollo intelectual, ético y estético de la persona sigue siendo en una medida más o menos rebajada el objetivo humanista que se esgrime en los protocolos académicos oficiales.

Pero los presupuestos históricos de este concepto humanista de las humanidades han sido ampliamente borrados de la memoria de nuestras instituciones educativas y de las voces cantantes de la universidad global. En la Ilustración y el Clasicismo se formularon sus principios espirituales y científicos en torno a un ideal secular de sociedad abierta y un principio intelectual de soberanía individual. Wilhelm von Humboldt y Ralph Waldo Emerson definieron los principios éticos, estéticos y hermenéuticos de una educación humanista cuyas líneas maestras siguen siendo válidas, a pesar del empobrecimiento espiritual de las universidades a partir de las guerras mundiales del siglo pasado. O más bien son hoy más actuales que ayer precisamente por causa de este empobrecimiento. El desarrollo de un conocimiento científico ligado a fines emancipadores humanos, la realización moral y estética de la persona, y la constitución de un orden social justo han sido y siguen siendo sus necesarios principios.

Ante la ostensible incapacidad de confrontar los desastres ecológicos, militares y sociales de nuestro tiempo debemos recordar también el Humanismo europeo de Spinoza, Marx o Ernst Bloch que formularon los ideales modernos de una relación armónica de las culturas con la naturaleza, de democracia y socialismo, en conflicto con los sistemas políticos de dominación y degradación de la vida humana en cuyo medio tuvieron que vivir.

Y en el mundo de habla hispánica debemos rendir un homenaje a una única obra pionera que asumió este mismo espíritu humanista en el contexto de la resistencia y las guerras contra el colonialismo español: Simón Rodríguez. Su pedagogía social es relevante desde una perspectiva contemporánea porque significa la extensión de los valores seculares y el espíritu científico de la Aufklärung y Les Lumières a una realidad cultural americana más compleja que la europea, por causa de su diversidad étnica y lingüística y religiosa, y del violento proceso colonizador que ha atravesado. Deben ser recordados en este sentido los objetivos que formuló y llevó a la práctica como ministro de cultura de Simón Bolívar: una formación científica, una educación estética, y una pedagogía abierta al diálogo de las etnias, religiones y memorias culturales de América, bajo la bandera de una constitución nacional republicana, y sobre un fundamento racional y secular. Y es preciso subrayarlo también: la obra intelectual y reformadora de Simón Rodríguez ha sido exitosamente ignorada hasta el día de hoy por el nacionalismo católico, por el latinoamericanismo corporativo y por la ciudad letrada hispanoamericana.

No en último lugar debe recordarse la cristalización de este espíritu republicano, secular y humanista en las grandes universidades latinoamericanas del siglo veinte: la UNAM de México, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Estadual de São Paulo, y una serie de universidades de diferentes tamaños y formatos que se expandieron a mediados del siglo pasado. Sus claras arquitecturas, y la de Juan O'Gorman en la ciudad de México es un ejemplo tan notorio como el de Carlos Raúl Villanueva en Caracas, son una expresión transparente del proyecto de soberanía nacional y democrática que las alentaba. El florecimiento literario y artístico de América Latina hubiera sido impensable sin su impulso intelectual.

Pero vivimos una edad posmoderna cuya divisa es el antihumanismo. En nombre de oscuras campañas publicitarias contra un helenocentrismo y eurocentrismo se ha liquidado la tradición histórica en la que se fundaba este humanismo reflexivo y crítico, de Bruno a Marx. Una tradición que remonta a la pedagogía pitagórica y la ironía socrática, a la epopteia platónica o la espiritualidad del sufismo y la cábala, así como al materialismo y el racionalismo de las filosofías árabes, entre muchos otros hitos del pensamiento filosófico de la humanidad. Estas tradiciones espirituales fueron progresivamente eliminadas por la escolástica en el seno de las artes liberales de la Europa medieval cristiana, y sus ideales civilizatorios de armonía con la naturaleza e igualdad social han sido suplantados desde los consejos administrativos de las corporaciones globales del conocimiento y la cultura por un repertorio cada día más fragmentario y volátil de derechos subalternos y departamentalizadas micropolíticas.

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Tanto el proyecto humanista que representan las obras de un Rousseau, Lessing o Simón Rodríguez, como su expresión institucional en las universidades latinoamericanas constituyen un pasado único y ejemplar. La propia tradición intelectual, literaria y artística en la que se asentaba, así como la ambición política de una sociedad igualitaria y soberana que estimularon estos intelectuales, todo eso se ha marchitado y ha acabado por desaparecer. Las políticas autoritarias patrocinadas por la Guerra Fría liquidaron criminalmente su vertebración intelectual. Las estrategias globales del neoliberalismo han socavado complementariamente la base económica de aquel proyecto humanista de una cultura latinoamericana soberana. Las letanías corporativamente propagadas del posthumano y el postintelectual, las transculturaciones y los hibridismos, y el final del arte o la poshistoria han presidido su demolición terminal.

La rebelión estudiantil de los años sesenta del siglo pasado fue el punto de inflexión histórica de estas humanidades y del espíritu de aquellos proyectos académicos. En un doble sentido. Tanto en las Américas como en Europa las protestas o revoluciones epistemológicas, estéticas y políticas de aquellos años se generaron, en primer lugar, en las aulas, y crecieron precisamente al amparo de las humanidades. Una inmensa creatividad intelectual tuvo lugar bajo la inspiración del psicoanálisis o la teoría crítica, en el campo de la hermenéutica o la antipsiquiatría, y en las ciencias de la religión así como en una variedad de corrientes filosóficas y políticas desarrolladas en torno al marxismo. En su medio se formuló la crítica de los totalitarismos y colonialismos modernos, y se revisaron los genocidios pasados y presentes de los imperialismos industriales. Fue en el marco de las humanidades que tuvo lugar alrededor de esos años una radicalización de la democracia y los derechos humanos. Fue a partir de estas humanidades que se cristalizó el feminismo bajo su forma contemporánea, junto a los primeros movimientos ecologistas y antinucleares. Y fue bajo el mismo espíritu humanista de reforma que se reformuló un pensamiento solidario con toda la humanidad.

Se trataba de una implosión libertaria como Europa y el mundo no la habían conocido desde los tiempos de la Commune de París o de las revoluciones socialistas y anticoloniales de la primera mitad del siglo veinte. Pero su sentido, lo repito, fue ambivalente. El impulso creador e innovador que distinguió aquellos años en el mundo entero generó también su antídoto. En América Latina y en la península ibérica suscitó una violenta represión militar, la persecución y asesinato de intelectuales y, por todo colofón, la banalización y comercialización de la cultura y de las propias humanidades.

Las filosofías del fin del sujeto y el humano cerraron este proceso regresivo al legitimar la liquidación institucional del intelectual como instancia de reflexión pública, crítica e independiente. Las teorías de la comunicación domesticaron el impulso renovador de las generaciones más jóvenes bajo los códigos lingüísticos de la cultura del espectáculo y sus canales corporativos. Un renovado ascetismo calvinista de la profesión y la profesionalidad restableció el orden de la competitividad y el rendimiento económico capitalistas en las instituciones cientificotécnicas. La lógica monetaria acabó eliminando la autonomía reflexiva en la academia hasta disminuir las humanidades a una lingüística instrumental y las jergas performáticas que hoy vemos por todas partes. Complementariamente, la reducción de la hermenéutica a la construcción de intertextualidades e hiperlinks ha legitimado el acantonamiento académico terminal del intelectual en el mundo contemporáneo, y su conversión institucional en experto y especialista. La deconstrucción textualista de las obras literarias y artísticas ha dado paso a una transubstanciación de la literatura en creative writing y sus derivados comerciales.

Las retóricas posmodernistas han elevado esta volatilización institucional de la inteligencia humanista a la categoría de una verdadera salvación de la humanidad. Los slogans del final del libro o la historia, y la política, el arte y la misma realidad han carnavalizado los lenguajes artísticos de las vanguardias revolucionarias hasta sus expresiones más triviales, al tiempo que desmantelaban su voluntad emancipadora a lo largo de una inacabable cantinela de neoposts. En su nombre se han legitimado las estrategias de la realidad virtual, la eliminación performática de la experiencia y la evaporación digital de nuestra existencia.

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La involución de las humanidades ha generado un nuevo homo aca demicus. Su miseria espiritual y su mediocridad intelectual pueden resumirse en un par de trazos.

Primero: un concepto de profesión devota de jergas y códigos semióticos que carecen programáticamente de referentes sociales y del menor sentido ético. Segundo: el abandono de los grands récits, esa pira posmoderna en la que se han quemado ritualmente los grandes sistemas filosóficos de Oriente y Occidente, del materialismo espiritualista de Avicena a la filosofía de la naturaleza y la democracia de Spinoza, y de la crítica del cristianismo de Nietzsche a la teoría crítica de Horkheimer y Adorno. Tercero: la absorción del pensamiento en las redes de intertextualidades departamentalmente vigiladas. Cuarto: la subordinación del pensamiento bajo las retóricas lingüísticamente correctas de derechos humanos, feminismo, homosexualidad y democracia en una edad de la regresión corporativa globalmente administrada de sus referentes. Conclusión final: el amurallamiento lingüístico de la megamáquina académica frente a las rotundas realidades de nuestra realidad histórica, social, política y biológica. Todo eso, más un narcicismo prestado de los pop stars define la figura de ese empleado académico: el experto subalterno.

En las áreas tecnocientíficas de la academia y la industria corporativas, el arma de la excelencia y la competitividad se esgrime rigurosamente con la explícita voluntad de impedir y eliminar toda inteligencia independiente capaz de cuestionar los objetivos a menudo opacos de la producción tecnocientífica "normal." El Manhattan Project es un paradigmático ejemplo histórico de esta colisión de intereses que la industria militar y genética posmoderna acrecienta globalmente y a una escala socialmente incontrolable.

En las humanidades, las consecuencias de esta profesionalización no son diferentes. El diálogo entre las culturas a través de las artes y las literaturas, el papel educador de los estudios literarios y filosóficos en un sentido tanto individual como social, y los significados reflexivos de la obra de arte se han desterrado de los curricula de enseñanza media y superior, de la misma manera que se ha eliminado la reflexión sobre los fines poshumanos de las tecnologías de control semiótico, químico y electrónico de la mente.

Esta regresión antihumanista del sistema educativo contemporáneo y los dispositivos institucionales complementarios de vigilancia y censura lingüísticos de la reflexión intelectual han dado paso a una última consecuencia: el enmudecimiento posintelectual frente a las grandes catástrofes militares, ecológicas y humanitarias de nuestro tiempo. El homo academicus se comporta frente a los fenómenos de calentamiento global, frente a las armas genocidas de la guerra global y frente a los desastres biológicos generados por la industria genética como si nada tuviera que ver con el desarrollo incontrolado de una producción científica crecientemente agresiva; y como si nada tuviese que ver con su existencia minusválida.

Como profesional, este homo academicus es un organization man: todas sus decisiones, y en primer lugar, sus jergas y medios de producción, se someten voluntariamente a las monoculturas departamentales y sus censuras administrativas. Este profesional organizacional es también un one dimensional man, en el sentido de que su actividad mental asume sin el menor reparo las reglas lingüísticas y las divisiones institucionales que subordinan y disminuyen disciplinariamente su campo de reflexión y su responsabilidad intelectual a los campos de especialización microintelectual. En rigor, el experto académico ha reducido la tarea hermenéutica de interpretar ejemplarmente textos y realidades a una reproducción mecánica e irreflexiva de paradigmas y jergas prediseñados desde "arriba". Bajo los rituales de la competitividad institucional que rige la involución burocrática de la universidad contemporánea, su anti­intelectualismo está llamado a desembocar fatalmente en un neofascismo poshumano. Thomas Mann denunció esta misma constelación en el contexto europeo de la última guerra mundial.

El homo academicus es lingüísticamente incapaz de comunicarse fuera de los códigos semióticos administrados. Eso quiere decir que tampoco puede establecer un vínculo comunicativo, reflexivo y responsable entre su producción departamentalizada de conocimiento y la sociedad, independientemente de que diseñe transgénicos, construya misiles o justifique antiestéticamente las virtudes comerciales de la posvanguardia o el realismo mágico. Semejante unilateralidad justifica y se legitima, por otra parte, en un encogimiento de las humanidades a tareas de supervisión y control representacional, desde las normas gramaticales y estilísticas del creative writing, hasta las representaciones políticamente correctas de derechos humanos, performáticas de género o retóricas multiculturalistas que presiden el desorden mundial del siglo.

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Esta claudicación de la inteligencia no sigue en todas las latitudes los mismos pasos. La excelencia competitiva y el profesionalismo irreflexivo han dado por resultado en el mundo latinoamericano el completo vacío intelectual de sus universidades corporativas, también llamadas "privadas". Estas se han convertido en una maquinaria de producción controlada de profesionales subalternos. Y es preciso subrayarlo: la independencia del conocimiento y la formación humana frente a los intereses económicos y los poderes políticos era precisamente lo que definía el espíritu humanista de las artes liberales en el mundo de las humanidades modernas, y la razón por la cual se las llama precisamente liberales, y no artes privadas, corporativas o subalternas.

En el menguado mundo hispánico e hispanoamericano esta subalternidad administrada de las universidades privadas se complementa triunfalmente con la deliberada asfixia económica de las universidades públicas. En tiempos de bonanza el autoritarismo neoliberal trata la educación ciudadana y humanista como una cuestión institucional de segundo o tercer rango; en tiempos de crisis son estas instituciones educativas las primeras en percibir sus desoladores efectos. Esta indiferencia política por las humanidades ha transformado por igual a sus estudiantes como a sus docentes en verdaderos parias de la inteligencia. Sus becas y salarios son intencionalmente humillantes. Sus condiciones de trabajo, inhóspitas. El hacinamiento en las aulas y la ausencia casi absoluta de medios técnicos, y de bibliotecas en primer lugar, convierten hoy el desmantelamiento neoliberal de las universidades públicas en una historia de terror. Y es preciso añadir que, bajo las jergas de la globalización, estas políticas de asfixia académica fomentan aquel mismo legado de absolutismo político y anti­Ilustración que históricamente ha distinguido al tradicionalismo católico hispánico que hoy se viste de teología y filosofía de la liberación.

Pero América Latina ha sido y es uno de los horizontes del colonialismo occidental que ha puesto dramáticamente de manifiesto a lo largo de su historia los límites epistemológicos y sociales de la universalidad cristiana y de su última expresión secular: los idearios positivistas del progreso de la humanidad. Y América Latina continúa siendo el escenario geopolítico en el que la destrucción colonial de culturas, el fracaso social de las independencias y la presencia de poderes militares globales ha presidido un desarrollo económico caótico de agresivas consecuencias humanas y ecológicas. Es en esta situación extrema donde el antihumanismo corporativo y la desarticulación global de la inteligencia se revelan en toda su crudeza como verdadera estrategia deliberada de destrucción cultural. También es frente a este panorama histórico que la redefinición del Humanismo y las humanidades se convierten en una tarea apremiante. Es aquí donde debe replantearse el significado de la universidad como la conciencia reflexiva que la sociedad debe darse a sí misma.

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La crisis de las humanidades en el siglo veinte ha sido el resultado del desmoronamiento de los idearios de progreso y libertad asociados con el desarrollo industrial. Desde Nietzsche, Marx y Freud no se ha dejado de plantear la relación perversa entre la productividad científico­técnica y la expansión capitalista por una parte, y la decadencia y regresión humanas que este proceso ha llevado consigo. Desde el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki hasta el calentamiento global, la ciencia y el científico modernos confrontan el límite ético y social de su legitimidad. Por eso el espíritu de las humanidades se ha traslado a lo largo del siglo veinte de la metafísica y la ética a las teorías críticas de la civilización. Por eso las teorías críticas constituyen el único marco filosófico que permite pensar hoy una reforma y una ampliación de las humanidades.

Pero esas humanidades tienen entre nosotros una ulterior responsabilidad: las memorias culturales de América Latina. Hoy, y en primer lugar a través de los medios globales de comunicación, asistimos por todas partes a un proceso de destrucción de lenguas, dioses y culturas tan violento como en las edades más brutales del colonialismo europeo. Frente a este proceso quiero destacar la tradición humanista que representan antropólogos como Darcy Ribeiro y poetas como José María Arguedas, ensayistas como Carlos Mariátegui y artistas como José Clemente Orozco. Su importancia en el marco del proyecto reflexivo de humanidades reside en su recuperación e integración ejemplar de las culturas originales de las Américas en el proceso de emancipación de la humanidad de su actual estado de servidumbre.


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