El sicario en la novela colombiana
Osorio, O. (2015)
Cali: Programa editorial de la Universidad del Valle.
Realidad y ficción en El sicario en la novela colombiana de óscar Osorio
James Valderrama Rengifo
Ministerio de Educación Nacional, Bogotá, Coilombia
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Leyendo el El sicario en la novela colombiana del profesor y escritor óscar Osorio me asaltó una pregunta: ¿Cuál es mi relación con el personaje que es objeto de estudio de esta investigación? Mi respuesta fue categórica y contundente: No tengo ninguna relación y no quiero tenerla. Sin embargo, la pregunta siguió dando vueltas en mi cabeza a medida que avanzaba en la lectura y hallé en mi memoria un suceso nefasto: en la mañana del 13 de agosto de 1999 murió asesinado por sicarios Jaime Garzón a unos pocos metros de este lugar. él era un hombre al que consideraba altamente valioso y necesario para esta sociedad. A este doloroso recuerdo se sumaron las imágenes que comparto con ustedes como colombiano: el asesinato de Luis Carlos Galán, de Rodrigo Lara, de Bernardo Jaramillo, de Carlos Pizarro, entre muchos otros. Comprendí entonces que lo categórico y contundente de mi respuesta obedecía a un profundo rechazo por este personaje y su actuar en la sociedad. La respuesta entonces comenzó a variar: Sí tengo una relación con el personaje de las 7 novelas que son el corpus de estudio del libro El sicario en la novela colombiana.
Además de colombiano, soy caleño, padecí los efectos del narcotráfico en mi ciudad de origen y, por consiguiente, viví la trasformación de la Cali cívica y deportiva a la Cali traqueta y violenta. En los años noventa estudiaba literatura en la Universidad del Valle y trabajaba en la misma en un programa para jóvenes en alto riesgo de las comunas periféricas de la ciudad (Aguablanca y Siloé). La Facultad de Educación de la Universidad del Valle y la Alcaldía de la ciudad necesitaban un profesor de literatura para trabajar con jóvenes en contextos de violencia y yo fui contratado para ello. Fueron varios años los que trabajé, en la jornada nocturna, con mis complejos estudiantes intentando que la violencia de las calles no se los llevara. Infortunadamente, algunos de ellos desaparecían en sus motos para hacer las "vueltas" que otros les pagaban y, días después, sus familias los reconocían en medicina legal. En ese tiempo no sabíamos que los contratantes, luego del trabajo realizado, asesinaban a sus contratados para eliminar cualquier rastro que los pudiera conducir hacia ellos. Todavía recuerdo la grotesca imagen de muchachos ebrios sacando a su amigo del féretro para sentarlo junto a ellos, darle de beber y tomarse fotos como una forma despedida; recuerdo que, después de algunos años, pude leer y ver en novelas, series de televisión y películas colombianas escenas similares.
Comprendo entonces el repudio que puede sentir cualquier persona frente al tema y la dificultad para abordar la lectura de novelas como El sicario (1988) de Mario Bahamón Dussán, El Pelaíto que no duró nada (1991) de Víctor Gaviria, Sicario (1991) de Alberto Vázquez-Figueroa, La Virgen de los sicarios (1994) de Fernando Vallejo, Morir con papá (1997) de óscar Collazos, Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco Ramos y Sangre ajena (2000) de Arturo álape. Novelas que son el corpus de la amplia investigación de óscar Osorio. No comparto, como no lo hace Osorio, que dicho malestar por la figura del sicario pueda sesgar la mirada sobre esta literatura, como ha ocurrido con la designación "Sicaresca", acuñada por Héctor Abad-Faciolince, para hacer referencia a estas novelas. óscar Osorio dedica el primer capítulo ("La 'sicaresca': de la agudeza verbal al prejuicio crítico") a dilucidar las imprecisiones que ha ocasionado el uso de este término sobre la literatura que se ocupa de la ignominiosa figura del sicario. No puedo negar el ingenio de Héctor Abad al crear dicha expresión, que mezcla el inicio del término "sicario" con el final del vocablo "Picaresca", y que, a su vez, alude al género literario característico de la literatura española. óscar hace un minucioso seguimiento al planteamiento sobre el concepto "sicaresca" que hace Abad-Faciolince en artículos académicos y entrevistas, y hace evidente que esta designación nace de una actitud despreciativa de este autor respecto a la literatura con tema de sicario, y de un prejuicio crítico hacia la misma. Osorio demuestra que este autor no es certero cuando plantea que la "Sicaresca" se asemeja a la picaresca española por tener narraciones en primera persona y que el sicario es visto con benevolencia y tolerancia en dichos textos. óscar va demoliendo, uno a uno, los argumentos del inventor de la expresión "Sicaresca"; por ejemplo, es cierto que la picaresca española se caracteriza por narraciones en la primera persona del pícaro, pero dicha característica no se puede extrapolar a la novela que tiene como personaje central al sicario en Colombia. En este sentido novelas como El sicario (1988) de Mario Bahamón Dussán y Morir con papá (1997) de óscar Collazos no aceptan el argumento de Héctor Abad, pues sus historias son narradas por narradores en tercera persona. Frente a la benevolencia y tolerancia, óscar argumenta que una literatura que se preocupa por descifrar al criminal en sus motivaciones, determinaciones sociales y culturales: cómo actúa, piensa y habla, cómo es su relación con el entorno y cuáles los puentes que nos unen a él, no obedecen a una postura benevolente o tolerante con el criminal. Todo lo contrario, develar el sicario ayuda a cambiar su génesis social. Por consiguiente, es falso que las novelas que dan cuenta del sicario en Colombia sean semejantes con las novelas adscritas a la picaresca española. Esta razón, junto a otras que se esgrimen con experticia en el desarrollo argumental del primer capítulo, son las que ocasionan que Osorio rechace la designación "Sicaresca", por su inconveniencia crítica, y propone que se hable de "Novela del sicario" o "Novela del sicariato".
Una sociedad puede ser estudiada a partir de sus hábitos, de su comida, de su música, de sus bailes, pero también puede ser estudiada desde sus crímenes y desde sus criminales. Por eso, considero importante que haya otros, además de los criminales, que se ocupen del crimen en una sociedad. En este caso, los escritores hacen un aporte importante en la construcción de nuestro pasado, presente y futuro, a partir de la representación de la realidad en sus múltiples ficciones. Pero no podemos llamarnos a engaños, no todas las obras que tratan el sicariato contienen la misma estatura literaria. óscar Osorio señala con precisión quirúrgica en el segundo capítulo de su libro algunos descuidos de los escritores de las 7 novelas. Por ejemplo, en la novela El sicario de Mario Bahamón Dussán, el escritor usa un narrador con un trazo ideológico y moral que le impide acercarse de manera adecuada al mundo criminal, un narrador que tiene una voz con rasgos conservadores y con un sentido estricto de la autoridad. Este narrador es un exmilitar que encarna una visión del mundo definido por la tradición y cuya carga ideológica ocasiona que haya una intención comunicativa aleccionadora que rompe con la ficción propuesta en la novela; es decir, el narrador vuelve a sus personajes unos maniquíes que representan un mensaje moral hacia el lector, despojando a este último de la libertad de pensar sobre el fenómeno social representado en la novela. Otra muestra de esos descuidos los señala óscar en el análisis de la novela Sicario de Alberto Vázquez-Figueroa, en la cual el narrador peca con imprecisiones e informaciones falsas sobre Colombia; por ejemplo, confunde el departamento del Valle del Cauca con el departamento del Cauca y determina que la violencia de nuestro país en los años cincuenta fue un conflicto de clases entre hacendados y campesinos. En la novela El Pelaíto que no duró nada de Víctor Gaviria, óscar nos advierte sobre la dificultad que tiene la novela para establecer el encuentro entre la ciudad nómica y la ciudad anómica, debido a que el interés de la novela se centra más en hacer visibles las condiciones genésicas del sicariato. Sin embargo, y gracias al rigor que manifiesta el análisis de las novelas, no solamente se señalan los descuidos sino también las virtudes de las obras, brindando así importantes claves de lectura que contribuyen de manera seria a la crítica literaria sobre las novelas que se han ocupado del fenómeno del sicariato en Colombia.
El libro El sicario en la novela colombiana finaliza en un capítulo bastante controversial que se titula "Pensamiento criminal en la modelización narrativa de la Virgen de los sicarios". Todos conocemos al escritor Fernando Vallejo y yo particularmente disfruto de su destreza para investigar y escribir. Hace poco terminé de leer su libro Barba Jacob el mensajero, atravesado por una profunda admiración ante el impecable uso del lenguaje que se hace en esa obra. Además del reconocimiento que el público hace a este escritor por sus obras, Fernando Vallejo se ha hecho célebre por sus diatribas públicas en las que arremete contra los pobres, contra las mujeres, contra la diversidad racial de los colombianos, contra la procreación, contra toda institucionalidad y en las que también aclama el genocidio como única salida posible a los males que afligen esta nación. No puedo negar que cuando lo leí y lo escuché por primera vez me perturbé y, ante la barbarie de sus palabras, me acerqué a la ironía, la parodia, la sátira como figuras literarias que permitieran comprender lo que aquel escritor expresaba sobre la realidad colombiana. En este orden de ideas, óscar desmonta los argumentos que aluden a posibles pretensiones irónicas, satíricas o paródicas y aduce que, en el caso de La virgen de los sicarios, la novela se narra desde una lógica criminal; es decir, que el narrador configura la novela desde un pensamiento mucho más criminal que el de los mismos sicarios. Entre los argumentos que esgrime Osorio se hallan los siguientes:
Primero, los sicarios son prolongaciones armadas de Fernando: él mata a través de ellos y se solaza en esos crímenes. Segundo, la estructura de la novela está montada sobre la idea de la imposibilidad de salir de la violencia. Tercero, las argumentaciones sobre las causas de la violencia —todas ellas ajenas de cualquier dejo irónico— son de carácter étnico y clasista. Cuarto, Fernando propone el genocidio como única solución y para ello se fundamenta sobre intertextos bíblicos y literarios. Quinto, la misoginia del narrador protagonista es auténtica y profundamente violenta, y escapa a cualquier lectura en clave irónica. (197)
Quizás sean este último capítulo y el primero en donde óscar logra desplegar con mayor experticia su agudeza analítica, a partir de la construcción de una conversación minuciosa con otros estudiosos del tema, logrando así un aporte de considerable valor frente a la crítica literaria y a la literatura que se ocupa de nuestra ignominia y nuestro dolor. Me parecen apenas justos, en consecuencia, los premios recibidos que destacan esta obra: Premio Gutiérrez Mañé a la mejor tesis doctoral (New York 2013); Premio de Ensayo Autores Vallecaucanos Jorge Isaacs (Cali 2013).
Dejo sobre la mesa el libro del profesor y escritor óscar Osorio. Cierro los ojos y vuelvo a escuchar la moto rauda y atroz que alcanza la camioneta de Jaime Garzón en esa fatídica mañana del 13 de agosto de 1999.
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