Editorial

Director
Revista Poligramas.


Borges cumple 30 años de fallecido. El gran literato de la institución literaria que asume a las obras como monumentos que han dejado el mundo de la vida cotidiana a un lado. Toda literatura, sin embargo, es una postura que esconde su contacto con el mundo, su arraigo mundano. Quienes privilegian a Borges, no siempre lo hacen desde sus potencias: lo hacen, es verdad, por gratitud, mas también debido a sus supuestas deficiencias de habitantes del margen y de los rincones del mundo occidental. Admiraron el inglés del argentino, sus enciclopedias, sus fábulas que muestran la paradoja de filósofos como Russel o Berkeley, su sentido de oportunidad para reseñar un hecho indiscutible de la república de las letras: el Ulises, de Joyce; su capacidad de polemista para enrostrarle a Américo Castro que, no obstante el español rioplatense de Borges, este puede hacerle ajustes al gran crítico español; la pulcritud de su prosa, una inequívoca forma de conquistar rutinas verbales (como su inclinación por empezar una frase por un complemento del verbo o por reinventar figuras como la hipálage); su ambición por poseer la multiplicidad con una enumeración como esta pálida que ahora mismo ejecuta esta editorial.

Borges ha hecho las veces de un emisario de la literatura en tierras bárbaras. Sin embargo, él mismo, pronto se dio cuenta de que nuestras tierras no lo eran tanto, que en cierta forma la literatura había colonizado la barbarie mediante el Facundo, el Martín Fierro o María. Y esto lo llevó a un gusto extremado por la literatura popular. Degustó y promovió, como recuerda Piglia, la novela policial, la literatura fantástica, y así creyó conquistar lo popular y hacer un mapa de nuestras tierras como quien da señales de lo que fuimos y aspiramos. Sin embargo, toda esta empresa literaria, un pedestal sin duda, es cuestionada por una literatura menos inclinada a las retóricas de autovalidación estética. Es sabido que Borges, y su grupo de la Resista Sur, trataron de ocultar a Arlt. La escritura de un hombre que no se escudaba en la lengua de sus padres inmigrantes para escribir la lengua de las calles bonaerenses perturbó el purismo literario de Borges. Gauchos, sí, pero en el formato hernandiano; hombres del común, sí, pero en el formato de “Hombre de la esquina rosada”, pronto abandonado por Borges. Por un lado la literatura como forma que subsume a los hombres; por otro, la literatura en tanto posibilidad para que los hombres pusieran a disposición de lectores oficiales y no oficiales, expertos y curiosos, los dramas de su tiempo, la alteridad, la singularidad, la voz de las diversas culturas acalladas, y no sólo un lenguaje excelso pero artificial. Y allí, Borges atendió más su fervor, un pulir la isla de la literatura como si fuera una “invención de Morel”, un enaltecido sentimentalismo con decir paradójico: “No nos une el amor sino el espanto, / será por eso que la quiero tanto”.

Gombrowicz cuenta que le molestaba el grupo de Borges. Sus miembros querían pasar por europeos, pero el polaco sí sabía de la extensión de Europa, de su diversidad, de las colonizaciones entre la Europa central y la periférica, y cómo Europa no se reducía a la Europa francesa, inglesa y alemana que presentaban Borges, Bioy, Silvina Ocampo y la tenaz Victoria Ocampo.

La literatura es una forma de mostrar, más allá de sus apuestas al monumento, aquello que Ignacio Arellano llama su presencia como documento. Entre el Borges como monumento y el Borges como documento, el segundo hace estallar el mármol, y lo vuelve un autor que quiso conquistar y habló desde una memoria gloriosa y hogareña, moldeando las gestas emancipadoras en una paradójica épica familiar. Borges quiso siempre que su monumento ocultase el documento, las conquistas sufridas por América. Incluso prohibió la publicación de sus primeros libros de ensayos, porque creía que había cedido mucho al color y sabor local. No quiso ser instrumento de “tecniquerías”, pero, entonces, la opción monumental estalló ante la dimensión documental. La crítica debe, pues, desentrañarlo, aunque suele obnubilarse ante los destellos del monumento.

Este número, aparte de la anterior meditación, adolece de estudios sobre Borges. Seguimos el proyecto de una literatura que sea monumento, documento e instrumento, sin restricciones. Si tomarla como documento le resta al monumento, la crítica toma ese camino, como también el de encontrar en un documento, por ejemplo, la extensa

carta de Felipe Guamán Poma de Ayala, un monumento. Incluso, el tratamiento de la literatura como instrumento no deja de ser una necesidad de los historiadores, sicólogos, filósofos y analistas sociales y culturales.

Ahora bien, los autores trabajados, las concepciones críticas de los artículos del presente número de Poligramas crean al menos un contraste con la crítica de la literatura como monumento, con la crítica sobre los autores selectos, construidos como clásicos; aquellos que a fuerza de una historia de la construcción de singularidades (aún no sopesada) quedan instalados en una esfera trascendental que desestima sus raíces, sus pertenencias, sus recepciones fechables y ubicables en los mapas que coinciden con las tierras conquistadas.

“Sacralización y desacralización de la literatura en la obra de Roberto Bolaño”, de Juan Sebastián Rojas Miranda, aborda el papel de una literatura que lleva a los poetas mismos a un acto sacrificial, apelando a un juego en el que los esquemas de la literatura popular dirigen una crítica a la literatura con mayúscula ; “La marge sans centre ou le récit errant de George Bataille”, de Bruno Ribeiro de Lima, aborda a partir de la narrativa de Bataille un análisis detallado de cómo las relaciones entre los conceptos de margen y centro son descentrados en el mismo tejido de los sintagmas del francés. Debido a esta discusión conceptual sobre el margen y el centro de la escritura misma, el artículo de Ribeiro Lima se presenta en este número. “Ebranler la marge dans Moi, Tituba sorciere… noir de Salem (1986) et Memorial de Maria Moura (1992)”, de Julie Brugier, avanza esta discusión sobre las literaturas en las cuales se toman posturas desde la periferia, señalando que esta no es una esencia sino un juego cultural alterable, hasta el punto que estas autoras de las novelas estudiadas por Brugier, Maryse Condé (1937) y Rachel Quiroz (1910-2003), transforman los nichos de sus personajes en centros de las dinámicas culturales en las que las mujeres agencian sus palabras para que las voces periféricas sean escuchadas. “El crimen en la novella negra latinoamericana. ‘Entre la fascinación y la memoria’”, de James Valderrama Rengifo, muestra el papel de la novela negra en Latinoamérica, argumentando que estas novelas (por ejemplo, Abril rojo, de Roncagliolo; Plata quemada, de Piglia; Agosto, de Fonseca)

convierten la investigación del crimen en un modo de hacer memoria y reconstruir, por lo tanto, el pasado. “Limites do surrealismo na poesia de Murilo Mendes”, de Luisa Destri, señala cómo el poeta brasileño Murilo Mendes (1901- 1975) entra en juego con el surrealismo por lo que realiza una crítica de la realidad y una afirmación de sí mismo que desarrolla la poesía modernista del Brasil (un modernismo muy distinto del que inauguró Ruben Darío). En “Sentimentos vastos: liminaridade e foco narrative na literatura brasileira contemporânea”, Gabriela Ruggiero Nor investiga Rútilo nada (1993), de Hilda Hilst (1930- 2001), Teatro (1998), de Bernardo Carvalho (1960) y Acenos e afagos (2008), de João Gilberto Noll (1946), para indicar que el discurso de los personajes en situaciones-límites forja unos puntos de vista que hacen de sus palabras el “centro” que contesta a lo hegemónico y patriarcal. Finalmente, en “La casa de los conejos de Laura Alcoba y la (re)construcción de la identidad en el marco del doloroso legado del terrorismo de estado en Argentina”, Diana Pifano y María Soledad Paz- Mackay estudian a Laura Alcoba (1968), quien salió de la argentina a los 10 años para reunirse en Francia con su madre, dejando atrás a su padre, detenido por el régimen militar. Hija de militantes montoneros, en La casa de los conejos (2008), Laura Alcoba reconstruye su infancia, entre persecuciones y ocultamientos, pero desde la lengua francesa, por lo que los estudios literarios no pueden siempre encontrar lo que buscan en la lengua-de-los sucesos-dolorosos sino en la lengua en que se abordan estos en aras de reconstruir la identidad.

Presentamos una reseña del libro de cuentos ¿A dónde vas? (2015), de Tim Keppel. La reseña es de Felipe Osorio. Keppel es un norteamericano que vive en Colombia desde los años 90. La literatura del cuentista radicado en Cali configura su experiencia norteamericana y su vivencia colombiana. Keppel escribe primero en inglés y luego sus cuentos son traducidos cuidadosamente al español, lo cual nos habla, de nuevo, de que la lengua de los sucesos no es siempre la lengua de cómo se cuentan y reconstruyen los acontecimientos.

No se puede, pues, negar la relevancia del acontecimiento de Borges; reconocemos su apuesta, según la cual tenemos derecho a la tradición occidental, pero hoy en día la literatura es un discurso que despliega las otras literaturas y las literatura-otras, las que hablan desde las periferias y vuelven su nudo enuncivo un centro que interroga las hegemonías. No sólo tenemos derecho a la tradición occidental, estamos en ella como huella, marca y ruina. Hoy en día la voz literaria tiene derecho a todas las tradiciones y, sobre todo, a las que han padecido la negación, la destrucción y el silenciamiento. Por ser menos conocidas en nuestros entornos, por su deslumbramiento, por su pugna con las clasificaciones canónicas, proponemos al lector estas escrituras que los profesores e investigadores analizan y juzgan en los artículos antes enumerados.

En esta oportunidad, la sección Hojarasca se compone de cinco cuentos de autores nacidos en el Valle del Cauca o que viven en esta región desde hace mucho tiempo: “El espía”, de Harold Kremer; “Inquilinos”, de Orlando López Valencia; “Catalina todos los jueves”, de Alejandro José López; “Contigo no se puede jugar”, de Rodolfo Villa Valencia y “Moebius”, de Hernán Toro. “Moebius” bien puede ser un cordial homenaje a Borges.