El poder simbólico y la memoria en la novela
La forma de las ruinas (2015) de Juan Gabriel Vásquez
Symbolic power and memory in the novel La forma de las ruinas (2015) by Juan Gabriel Vásquez
Rosa Jaisully Durán Muñoz1
Universidad del Valle, Cali, Colombia
E-mail: jaisaduran@
hotmail.com
Recibido: 12 junio de 2017
Aprobado: 28 de junio de 2017
Resumen
Este ensayo se propone examinar, a través del personaje Carlos Carballo, de la novela La forma de las ruinas (2015), de Juan Gabriel Vásquez, cómo los discursos de violencia en Colombia configuran la memoria y la identidad de los sujetos. Carlos Carballo es la representación de una memoria heredada, en la cual los discursos políticos y eclesiásticos de finales del siglo XIX y mediados del XX determinaron las dinámicas sociales, políticas y culturales que marcaron su familia, su pasado, su presente y su futuro. Estas dinámicas han alentado la anulación del otro, el enfrentamiento bélico y la concepción de amigo-enemigo, aun en el siglo XXI en Colombia.
Palabras claves: discurso; memoria; identidad; historia; poder simbólico; Colombia.
Abstract
Based on Carlos Carballo -one of the main characters in the novel La forma de las ruinas (2015) by Juan Gabriel Vásquez- this essay examines how discourses on violence in Colombia constitute the memory and identity its individuals. Carlos Carballo is the representation of an inherited memory, in which political and ecclesiastical discourse of the latter part of the 19th century and mid-20th century shaped the past, present and future of his family´s social, political and cultural dynamics. Even in the 21st century, in Colombia these dynamics have fostered belligerent conflict, the conception of friend-enemy and have annulled respect for the other.
Key words: discourse; memory; identity; history; symbolic power; Colombia.
Entonces nos persignamos y descansamos
porque no sabemos del dolor y la rabia y la
incertidumbre y la ausencia,
porque no nos duelen los muertos ajenos y
desconocidos,
y son ajenas sus muertes
y ajenos sus asesinos.
Urabá, Óscar Osorio.
Carlos Carballo y las ruinas de un país
En Colombia, algunos de los acontecimientos violentos que se han constituido como ejes de su historia están asociados con el asesinato de representantes políticos; en la memoria de nuestro país, las víctimas del común en estos conflictos han quedado atrás en el relato historiográfico. ¿Cómo se construye la memoria histórica colectiva e individual? ¿Es importante rescatar la memoria de los sujetos marginados de la Historia? ¿Cuál es la vigencia de los discursos políticos que han configurado estas memorias y la identidad nacional desde la alteridad negativa y la violencia?
Pues bien, La forma de las ruinas (2015), de Juan Gabriel Vásquez, representa el continuo interés del autor en la significación de los personajes y acontecimientos representativos de la historia nacional, y la conexión de estos con la violencia en Colombia. En esta ocasión analiza, a través del personaje Carlos Carballo, la configuración de las memorias colectiva e individual construidas sobre los discursos políticos mesiánicos, que sustentaron las guerras civiles partidistas en Colombia a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Esta novela expresa la preocupación acerca de cómo enfrentarse al relato tradicional de amigoenemigo, cuáles fueron las estrategias discursivas para la legitimación política vinculada a la memoria nacional, cómo superar los impactos sociales, políticos, culturales y emocionales de la violencia, y cómo incide todo esto en el presente y el futuro de los sujetos de la sociedad colombiana.
Esta novela consta de nueve capítulos, en los cuales, a través de la anacronía narrativa, se evidencia el impacto del poder simbólico en la legitimación del orden social. Este "poder de hacer cosas con palabras" (Bourdieu, 2000, 141) se refleja en el dominio de los líderes políticos sobre las masas, específicamente, en los imaginarios sociales que atraviesan la vida individual y colectiva, modelando conductas que inspiran la acción (Blair, 1998). Por ello, el relato toma a Rafael Uribe Uribe y a Jorge Eliécer Gaitán, considerados por la historia nacional como personajes emblemáticos, para exponer cómo los eventos históricos de la memoria colectiva atraviesan las memorias individuales y la configuración de la identidad de los sujetos, sean estos conscientes o no de ello. Asimismo, examina qué sentido cobran los eventos y personajes del pasado a través de las generaciones, y cómo se construyen e institucionalizan los discursos de la memoria histórica nacional.
Estas reflexiones llevan a estudiar la construcción del mundo social a partir de lo que Bourdieu (1988) denomina constructivismo estructuralista o estructuralismo constructivista (127), es decir, cómo la realidad es objetivada y se legitiman estructuras cognitivas a través del poder simbólico que determina el habitus2 de los agentes socializados. Esto produce un consenso mínimo para la aceptación del mundo; así que este "puede ser dicho y construido de diferentes modos según diferentes principios de visión y división" (Bourdieu, 1988, 135).
La forma de las ruinas narra la historia de Carlos Carballo, un hombre solitario que produce malestar en muchos, por ejemplo, el narrador Vásquez expresa: "¿Quién era ese tipo? Con cada palabra que decía me inspiraba más rechazo, pero también más intriga" (Vásquez 139). Sin embargo, también es descrito por el personaje Francisco Benavides como un ser especial:
Primero que todo, déjeme decirle que es mucho menos monigote de lo que usted cree. Un tipo brillante, ahí donde lo ve: con sus bufandas ridículas, Carballo es una de las inteligencias más vivas que se me hayan cruzado en el camino. Es una lástima que no haya ejercido nunca la carrera, porque hubiera sido un abogado brillante (Vásquez 87).
Carballo tenía una "obsesión malsana" por las teorías de la conspiración, especialmente, aquellas relacionadas con los asesinatos de Uribe Uribe y Gaitán. Después de casi nueve años, este personaje consigue que el personaje Juan Gabriel Vásquez publique un libro en el cual revelaría no solo la teoría de la conspiración sobre estos asesinatos, sino que haría visible una figura mucho más importante para él, su padre César Carballo, de quien heredó, a través de su historia familiar, el impacto de la violencia y el sentimiento de impotencia ante la invisibilización de los sujetos marginados de la historia.
No, Carballo no quería que yo escribiera un ¿Quiénes son? para el crimen de Gaitán; quería que yo hiciera un mausoleo de palabras para que en él habitara su padre, y quería también que las últimas dos horas de su padre quedaran documentadas tal como él las entendía, porque así su padre no solo tendría un lugar en el mundo, sino que habría jugado un papel en la historia (Vásquez 541).
Carballo ha sido marcado fatalmente por el asesinato y desaparición de su padre en los acontecimientos del 9 de abril de 1948; su memoria estuvo alimentada también por la triste figura de un abuelo que no se perdona haber abandonado ese trágico día el cadáver de su yerno en la avenida Jiménez. Antes de encontrar esta faceta más íntima del personaje, el relato lleva al lector por un recorrido histórico de los asesinatos de J.F. Kennedy, Jorge Eliécer Gaitán y Rafael Uribe Uribe. Aun así, más allá de la exaltación de estas figuras políticas, se trata del reconocimiento de las memorias individuales que se configuran a partir de los discursos políticos tradicionales, fundados en la retórica violenta. Carballo se sitúa desde estos acontecimientos y personajes históricos destacados, ya que, como lo expone Bourdieu, "sin duda los agentes tienen una captación activa del mundo. Sin duda construyen su visión del mundo. Pero esta construcción se opera bajo coacciones estructurales" (2000, 133). Es decir, el personaje acude a la reactivación del pasado, de los símbolos representativos de este para comprender un fenómeno social que atravesó el marco de su memoria familiar3, y, por ende, su memoria individual.
Construcción del mundo social a través del poder simbólico
El mundo social en el cual se instalan los sujetos es un sistema simbólico que representa el consenso logrado a nivel político, social y cultural. Es decir, "la legitimación del orden social (…) resulta del hecho de que los agentes aplican a las estructuras objetivas del mundo social estructuras de percepción y de apreciación que salen de esas estructuras objetivas y tienden por eso a percibir el mundo como evidente" (Bourdieu, 2000, 138).
En este sentido, los objetos del mundo social tienen "un cierto grado de elasticidad semántica" (Bourdieu, 2000, 136), pues el manejo de la lengua edifica la representación de lo real y contribuye a crear imágenes mentales que determinan la visión y división de diversos grupos marcados por fronteras (lengua, hábitat, estilos culturales). Entonces, se debe comprender la realidad como algo que está instituido temporalmente en la "lucha para hacer existir o ‘inexistir' lo que existe", ya que "la fuerza de las representaciones no es necesariamente proporcional a su valor de verdad" (Bourdieu, 2001, 92-93), sino que instituye un poder simbólico que articula las manifestaciones sociales y el sentido de unidad de los grupos.
Es precisamente en esta lucha por el poder simbólico, donde el Estado genera y reproduce sus discursos, convirtiéndose en el poseedor "del monopolio de la violencia simbólica legítima. O con mayor precisión, [en] un árbitro, pero muy poderoso, en las luchas por ese monopolio" (Bourdieu, 2000, 139). En el caso específico de las élites en Colombia, a finales del siglo XIX y mediados del XX, los partidos políticos Liberal y Conservador difundieron, a través de diversos medios como la radio y el periódico, discursos que apelaban al "pasado glorioso" o violento del país, con un lenguaje reiterativo, agresivo y disociador para señalar al "otro" y exaltarse a sí mismo; eludían así la responsabilidad propia en los acontecimientos de violencia en Colombia (Acevedo 66). De esta manera, se reafirmaban las convicciones del partido político al cual se pertenecía y se deformaba al enemigo.
Entonces, si se tiene en cuenta que "la visión que cada agente tiene del espacio depende de su posición en ese espacio" (Bourdieu 2000, 133), el discurso oficial cumple tres funciones esenciales. En primer lugar, diagnosticar los agentes del espacio social y "afirmar lo que una persona es", es decir, jerarquiza a los sujetos y determina sus roles; el uso de este "discurso casi divino (…) asigna a cada uno una identidad" (Bourdieu, 2000, 139). A partir de allí, "dice lo que las personas tienen que hacer, siendo quienes son"; y por último, el discurso oficial también "impone un punto de vista" sobre lo que han hecho los agentes sociales, condicionando las interacciones en el espacio social.
Es así como el lenguaje político bipartidista, a pesar de difundir, aparentemente, la moral, el derecho a la legítima defensa y el deseo de evitar los episodios sangrientos del pasado; al mismo tiempo, estuvo minado de imágenes, símbolos y emblemas que predispusieron a la población para la violencia, la intolerancia y la exclusión con respecto al adversario (Acevedo 65). Con ello, se emplearon gran cantidad de adjetivos para señalar al enemigo, es decir, etiquetas para nombrar al "otro" y validar el uso de la violencia contra este. Por ejemplo, las editoriales de El Siglo4 se refieren a los liberales como: "chusma liberal", "Grupo de maleantes", "Matones pueblerinos", "Multitudes vociferantes", "Envenenado pueblo liberal", "Cuadrilla de forajidos", "Plebe liberal", Pueblo embriagado", "Asesinos", "Abrileños", "Mayorías fraudulentas" (Acevedo 88). Esta retórica colocó a prueba la lealtad partidaria y estimuló la violencia bipartidista, pues, tal como lo expone van Dijk (1999), "una vez que somos capaces de influenciar las creencias sociales de un grupo, podemos controlar indirectamente las acciones de sus miembros. Este es el núcleo de la reproducción del poder y la base de la definición de la hegemonía" (Van Dijk 31).
En estas luchas por el poder simbólico, los dirigentes conservadores y liberales acudieron a referentes del pasado para enfatizar la gloria de su hegemonía en el país y para recriminar las acciones del opositor. Por ejemplo, los conservadores citan frecuentemente los acontecimientos de "la segunda mitad del siglo XIX y reviven la lucha contra el anticristo, contra los masones, contra los enemigos del clero (…) y que ahora, como antes, quieren implantar el divorcio, el matrimonio civil y la educación mixta y laica" (Acevedo 43); igualmente, los liberales señalan las acciones conservadoras como "fruto del deseo de retornar a épocas oscuras, a regímenes de intolerancia, poniendo como ejemplo negativo a los gobiernos de la Regeneración5y evocando a sus héroes de las guerras civiles" (Acevedo 43). Es decir, por medio del lenguaje se estimulaba la memoria colectiva para activar los conflictos del momento.
Al mismo tiempo, así como las guerras civiles del siglo XIX eran un referente fundamental para tejer las posiciones de cada uno de los bandos, el 9 de abril6 se convirtió en el punto de referencia para la confrontación física y verbal. El 9 de febrero de 1949 aparece en El Siglo: "El conservatismo es el orden y tiene que ser el gobierno. La nación decidirá en las urnas si vota contra el 9 de abril o anhela la repetición de aquella hecatombe siniestra" (Acevedo 71). Asimismo, en la edición del 31 de mayo: "El 5 de junio el país votará contra el 9 de abril (…) si por la desidia de los buenos ciudadanos se perdiere el porvenir de Colombia será un 9 de abril interminable" (Acevedo 54). Esta fecha se convirtió, entonces, en el símbolo de una memoria colectiva que obedecía a los intereses del presente y del futuro, y llevaba a la confrontación ciudadana y a la justificación legitimada de la violencia. Prueba de ello es el clima de animadversión entre conservadores y liberales, particularmente, en los momentos en que se acercaban las elecciones.
La ruptura de la Unión Nacional en mayo de 1949 intensificó las hostilidades entre los partidos políticos. En vista de que el 5 de junio de ese mismo año, se llevarían a cabo las elecciones para Senado, Cámara, Asamblea y Concejos, la situación se tornó cada vez más tensa, sumado a esto, los medios de comunicación propagaban un ambiente de agresión contra el adversario. Es el caso del político liberal Abelardo Forero Benavides quien, en su discurso del 27 de julio de 1947, expresó ante el Congreso una confirmación más de la influencia que ejerce el poder simbólico, no solo para nombrar y describir a los agentes y grupos sociales, sino también para legitimar prácticas, manipular y transformar la realidad social:
La violencia política, honorables representantes, tiene muchas causas y, entre otras, los discursos que se pronuncian en las Cámaras. Por eso cuando aquí los oradores, con ánimo de hacer alardes verbales y de que su nombre resuene en las provincias, pronuncian encendidas arengas, están produciendo en el ánima sencilla de los campesinos una reacción mortal y asesina y si la mano de esos campesinos se arma con el puñal homicida, no es precisamente a esa pobre gente inculta a la cual hay que exigirle cuentas, sino a los oradores que desde aquí pronuncian agresivas palabras fuera del sentido exacto de la responsabilidad (Acevedo 113).
Igualmente, los discursos eclesiásticos no fueron un vehículo mediador en este conflicto, por el contrario, en defensa de la religión y la moral, instigaban aún más a la población por medio de la prensa, la radio y el púlpito. Esta lucha simbólica también se presenta en la novela de Juan Gabriel Vásquez, por ejemplo, con referencias a las páginas de La Sociedad7, en las cuales se había "declarado al general Uribe fuerza inmoral y establecido, más allá de toda duda, que la guerra de 1899 había sido un castigo de Dios contra los acólitos de Satán" (Vásquez 377). Igualmente, citando al mismo periódico aparece: "‘(…) los guerreros de Dios somos más numerosos de lo que piensan; y (…) estamos dispuestos a defender nuestra fe si llegase el tiempo, con la fuerza bendita de las armas'" (Vásquez 436). También en la radio, "el obispo de Santa Rosa de Osos8 exhortaba a los campesinos a ser soldados de Dios y combatir el ateísmo liberal, y a los demás obispos les ordenaba defenestrar a los rojos apóstatas" (Vásquez 510).
Carballo, memoria individual y colectiva en la construcción de la identidad
Después de examinar aspectos claves del contexto histórico en el cual se produjeron los discursos de los partidos políticos Liberal y Conservador a finales del siglo XIX y mediados del XX, y cómo influyeron estos en la legitimación de la violencia; se busca en este estudio responder la pregunta ¿cómo se conectan en La forma de las ruinas, los personajes de Gaitán, Uribe y Carlos Carballo?
Pues bien, a través de ellos se configura en la novela la dimensión simbólica de la violencia en relación con la identidad del país, revelando cómo los imaginarios se nutren de la memoria colectiva para la configuración del presente. En vista de que las acciones colectivas en Colombia (a pesar de algunos intentos positivos) han estado vinculadas a confrontaciones de violencia y, en un gran periodo de la historia, dirigidas por las formas de identificación y actos simbólicos partidistas y eclesiásticos; las producciones de sentido como la memoria, la identidad y los imaginarios colectivos se construyen a partir de referencias del viejo país, evocando el uso de las armas y la exclusión del otro (Blair 74).
La obsesión de Carlos Carballo por la Historia conduce al análisis de la relación intrínseca entre discurso, memoria e identidad. Para él, la figura de su padre, a quien nunca conoció, pues contaba con tan solo unos meses de nacido cuando fue asesinado, representó el eje de su marco familiar y, por lo tanto, de su memoria e identidad, y a partir de allí se manifestaron sus procesos de socialización. Pero ¿quién fue su padre?, ¿cómo se conecta este con Uribe Uribe y Gaitán?, ¿cómo la violencia bipartidista impacta y pervive en la memoria de su hijo y por qué?, ¿cómo revela esto la incidencia de la memoria sobre la identidad?
César Carballo, padre de Carlos, fue un hombre inspirado por Jorge Eliécer Gaitán; este "se fue convirtiendo en su modelo, el patrón sobre el cual trazar el diseño de su vida" (Vásquez 495), pues, debido a sus circunstancias económicas y familiares, César no logró ingresar a la Universidad Nacional para estudiar derecho, y en cambio tuvo que encargarse de la zapatería de su padre, tras la muerte de este. Sin embargo, él "y los camaradas de La Perseverancia estaban ahí, en primera fila, bebiendo las palabras del caudillo y prometiéndose que harían cualquier cosa, que darían la vida si fuera necesario, para que Gaitán llegara a la presidencia de Colombia" (Vásquez 500). Es así como el habitus de este personaje está representado por la convicción de actuar en defensa de todo lo que representa su partido (creencias, símbolos) y, en especial, su "Jefe", ya que "Gaitán les había regalado ese nuevo orgullo, y gracias a él sentían que la ciudad, esta ciudad para la cual habían trabajado durante generaciones, les pertenecía también a ellos" (Vásquez 502). Respecto a la visión de este personaje, que es construida desde su posición en el espacio social, Acevedo afirma que "ese sentimiento de pertenencia significaba un acto trascendental en la vida ciudadana y marcaba y definía la identidad de las personas. La defensa de su identidad era un asunto de honor en el que debía jugarse la vida" (41).
Gaitán, poseedor de un fuerte capital simbólico9, con un discurso íntimo y directo, representó "un puente entre el mundo social de los políticos y el pueblo" (Braun 163). Azula Barrera (citado por Braun) expone que Gaitán "fue el primero que habló en lenguaje directo al proletariado nacional, creándole, sin la abstrusa fraseología marxista, una conciencia batalladora de clase, y un concepto más elevado de su propio valor" (Braun 194). Al mismo tiempo, logró "servirse de las distancias objetivas de manera de tener las ventajas de la proximidad y las ventajas de la distancia" (Bourdieu, 2000, 131). Por su origen humilde y sus discursos apasionados, Gaitán fue la representación de un "jefe", cercano al pueblo, que entendía sus necesidades; pero, también, era un político distinguido con un estatus social y económico, que lo alejaba de ese mismo pueblo que consolidó su posición en la clase política dirigente.
Una prueba evidente de este poder lo refleja su dominio sobre las masas en la marcha del 7 de febrero de 1948, que aparece en la novela desde la perspectiva de César Carballo:
Y entonces, con el mismo tono sosegado con que había hablado hasta entonces, dijo algo que César Carballo tardó un breve instante en comprender, pero que enseguida le heló la sangre "Aquí están las grandes mayorías obedeciendo una consigna", dijo Gaitán. "Pero estas masas que así se reprimen también obedecerían la voz de mando que les dijera: Ejerced la legítima defensa" (Vásquez 512).
Es así como la capacidad de Gaitán para "energizar a sus partidarios y de hacerlos dispersarse en seguida (luego de un breve discurso en la Plaza de Bolívar), le inspiró más temor a los convivialistas10 del que hubiera logrado provocar cualquier asonada" (Braun 238). En este sentido, desde el análisis de Bourdieu (2000) sobre el espacio social y el poder simbólico, es pertinente destacar frente a esta muestra de poder:
¿Cómo el portavoz se encuentra investido del pleno poder de actuar y de hablar en nombre del grupo que produce por la magia del eslogan, la palabra del orden, el orden y por su sola existencia en tanto que encarnación del grupo? (141).
Este poder simbólico, este poder de constitución11, atraviesa completamente la historia familiar de Carlos Carballo, ya que "las familias se unían alrededor de Gaitán, de las promesas que hacía Gaitán" (Vásquez 529). Ante los requerimientos de este caudillo "ni Amalita ni su padre ni su marido se preguntaban realmente por qué marcharían los gaitanistas. El jefe lo había pedido, y eso era suficiente" (Vásquez 508).
La forma de las ruinas también entrelaza las estrategias discursivas bipartidistas, que determinaban la realidad social de los siglos XIX y XX, a través del personaje Marco Tulio Anzola quien investiga el asesinato de Rafael Uribe12. El abuelo de Carlos Carballo, Hernán Ricaurte, le regala a su nieto a los dieciséis años un libro que pertenecía a su yerno, ¿Quiénes son?13. Un texto fundamental para César Carballo, pues luego de presenciar el asesinato de Gaitán, conecta en su último suspiro las situaciones extrañas de este asesinato y el de Uribe: "Mierda (…) Es como si todo se repitiera" (Vásquez 525), refiriéndose a un personaje misterioso, una sombra que rodea y encubre la verdad de los dos homicidios, al parecer, una verdad resguardada a toda costa por la clase dirigente; sin embargo, esta idea se la lleva a la tumba. Por ello, Carlos Carballo, siendo ya adulto, expresa: "Comencé con una sola misión: encontrar ahí, en esas trescientas páginas, todo lo que papá hubiera podido recordar en el momento en que mataron a Gaitán" (Vásquez 537).
La frase incomprensible de su padre en el momento de morir, pues su abuelo nunca supo a qué se refería, la rememoración continua del 9 de abril y la culpa incesante del abuelo que pierde el cadáver de su padre, marcó inevitablemente su memoria. El 9 de abril se convirtió en algo más que la relación con Gaitán, y el Bogotazo era el único camino conocido para llegar hasta su padre.
Usted no sabe cuántas veces me contaron todo eso (…) no recuerdo un momento de mi vida en que no viviera ya con lo que pasó el 9 de abril. Con esas imágenes que ahora conozco igual que si las hubiera visto (…) esos fantasmas que me acompañan y me rondan y hablan conmigo" (Vásquez 527). "Íbamos a la casa de Gaitán y rezábamos en el jardín y dejábamos flores porque no podíamos rezar ni dejar flores en la tumba de papá" (Vásquez 535).
Así que la absoluta determinación de Carlos Carballo por indagar sobre la Historia, fue el producto de una contaminación discursiva que atravesó no solo a su padre, a su familia, y a sí mismo, aunque tan solo era un bebé cuando todo ocurrió. Estos discursos que enajenaron, que desataron la violencia, no solo acabaron con la vida de un caudillo, sino que transfiguraron la vida de familias y seres anónimos. En este sentido, el análisis de la retórica de violencia y negación del otro resulta vital, pues, llegado el caso, ¿cómo se activará el pasado y sus representaciones discursivas en nuestro presente?, ¿cuál será el sentido de la rememoración?, y sobre todo, qué se recordará, qué se olvidará y con qué intenciones, puesto que los conflictos de nuestro siglo no podrán hallar salidas efectivas con esquemas mentales del siglo XIX, en especial, si se cuenta con nuevas generaciones más reflexivas y desligadas de los símbolos de antaño.
El impacto de la violencia en Carlos Carballo, configuró su identidad, y lo llevó a reconstruir la figura de un padre víctima de los enfrentamientos bipartidistas, examinando los relatos de la historia nacional para intentar descifrar y comprender, pero, más que nada, para dejar a su padre en un lugar de la memoria del país.
Es así como, finalmente, el personaje Juan Gabriel Vásquez comprende la obsesión de Carlos Carballo, a quien conoció el 11 de septiembre de 2005, y a quien vio por última vez, el segundo miércoles de abril del año 2014, en una imagen de uno de los noticieros de la noche, al ser capturado en la antigua casa de Gaitán, convertida en museo. Carballo estaba "subiendo laboriosamente a una furgoneta policial, las manos esposadas detrás de la espalda y la cabeza hundida entre los hombros (…) por haber intentado robar el traje de paño de un político asesinado" (Vásquez 14). Ante este incidente, Vásquez expresa: "Solo yo supe que su intención no era robarlo, sino sentir con la palma de su mano el mismo paño que había tocado la mano de su padre aquel día fatal" (Vásquez 548).
En definitiva, la memoria familiar que configura la identidad de los sujetos está marcada inevitablemente por los discursos que atraviesan una coyuntura social o política. En este sentido, Carlos Carballo es la representación de un ser agobiado y perseguido por un pasado que intenta descifrar, y que ha obnubilado su presente. Resulta fundamental asistir al pasado en la medida en que este ofrezca claves positivas para la edificación del presente y el futuro. Asimismo, cabe preguntarse ¿cuáles son los discursos que se están reproduciendo o construyendo para las siguientes generaciones? ¿Cómo estas prácticas discursivas marcarán en el futuro próximo el camino de confrontación bélica o convivencia con respeto a la diferencia?
Citas de pie de página
1. Profesora de la Escuela de Estudios Literarios; está terminando los estudios de Maestría en Literaturas Colombiana y Latinoamericana, Universidad del Valle.
2. El habitus es uno de los conceptos claves de Bourdieu (1988), quien lo define como el producto de la interiorización de las estructuras del mundo social, es decir, es un sistema de producción y percepción de las prácticas sociales.
3. En la sociología de la memoria de Maurice Halbwachs, el marco de la memoria familiar es definido como los "rostros y hechos que se instalan como puntos de referencia (…) a partir del marco nosotros nos sentimos capaces de reconstruir la imagen de las personas y los hechos" (2004, 164). Asimismo, "existen épocas, sucesos, fechas, personas que la familia coloca en el primer plano de su historia y que los impone con mayor fuerza a sus miembros. (…) la memoria de los hombres depende de los grupos que la rodean y de las ideas e imágenes en las que los grupos tienen el mayor interés" (Halbwachs, 2004, 169).
4. Periódico fundado por Laureano Gómez, en compañía de José de la Vega, el 1 de febrero de 1936. Recuperado de http://wsp.presidencia.gov.co/asiescolombia/presidentes/rc_53.html
5. A partir de este movimiento liderado por Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez, Colombia pasa de ser una república federal conformada por nueve estados federados, a un modelo centralista en el cual los estados se convierten en departamentos dirigidos desde la capital.
6. El 9 de abril de 1948 se produjo el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, uno de los líderes políticos más destacados del siglo XX en Colombia, quien se enfrentó a las críticas raciales y clasistas de su época. A través de lo que él denominó "sensibilidad socialista" desestabilizó la hegemonía conservadora y liberal, representó "la caída del país político" y el reconocimiento del país nacional. Luego de su asesinato se produjo el llamado Bogotazo, producto del sinsabor de un pueblo que hasta entonces no había sido reconocido en el discurso de sus dirigentes. Más de 43.000 personas murieron el año en que murió Gaitán. Durante el gobierno de Laureano Gómez (1950-1951), la violencia cobró 50.000 vidas.
7. Probablemente, el narrador se refiere al periódico La Sociedad Popular publicado entre 1849 y 1969; pues no aparece registrado otro diario con este nombre en específico. Cabe aclarar que en la novela se citan otros diarios que efectivamente existieron en los siglos XIX y XX como El Republicano, La Unidad, El Siglo, Gil Blas, El Liberal.
8. Santa Rosa de Osos es un municipio del norte de Antioquia, cuya diócesis fue creada el 5 de febrero de 1917. El monseñor Miguel Ángel Builes, destacado por el tono acusador de sus pastorales, dirigió esta diócesis desde 1924 hasta 1967. Desde su posición tuvo una gran influencia para señalar abiertamente a los liberales y respaldar positivamente al dirigente conservador Laureano Gómez.
9. Bourdieu (2000) define el capital simbólico como "el capital económico o cultural cuando es conocido y reconocido, cuando es conocido según las categorías de percepción que impone, las relaciones de fuerza tienden a reproducir y a reforzar las estructuras de fuerza que constituyen la estructura del espacio social". En este sentido, Gaitán es reconocido como un agente que representa el poder de acción en la política colombiana.
10. Este es el nombre que recibió la nueva generación de liberales y conservadores, en el primer tercio del siglo XX, cuyo propósito principal era apartarse del caudillismo militar de las generaciones anteriores que habían desencadenado múltiples guerras civiles. Entre estos jóvenes dinámicos se encontraban Gabriel Turbay, Laureano Gómez, Eduardo Santos, Lleras Restrepo, Alfonso López, entre otros. Aunque no se denominaron a sí mismos de esta manera, fueron llamados así pues buscaban la convivencia entre partidos y destacarse por ser civilistas. Sin embargo, la distancia y las prácticas para relacionarse con el pueblo continuaban arraigadas, a pesar de las ideas socialistas que algunos de ellos quisieron comunicar a través de sus discursos.
11. Término de John Dewey, citado por Bourdieu (2000), es definido como "un poder de conservar o de transformar las clasificaciones actuales en materia de sexo, de nación, de región, de edad y de estatuto social, y eso a través de las palabras que son utilizadas para designar o describir a los individuos, los grupos o las instituciones" (140).
12. Esta novela también explora el contexto histórico de la década de los 80 y 90, sin embargo, no es el objeto de estudio en este ensayo; pues las reflexiones que plantea la novela acerca de este, están más vinculadas al personaje autoficcional Juan Gabriel Vásquez. Y en esta ocasión, nos interesa examinar los discursos y la configuración de la memoria desde el personaje Carlos Carballo, vinculado al contexto del XIX y XX, a través de la figura de su padre y su abuelo.
13. Cuatro capítulos de la novela se dedican a la descripción de Rafael Uribe Uribe, su asesinato; y especialmente al desarrollo de la investigación de Marco Tulio Anzola, su rol en el juicio contra los sindicados de asesinar al general, y cómo se produjo el nacimiento de su libro Asesinato del General Uribe Uribe: quiénes son? (1917). Para Carlos Carballo, este libro fue uno de los legados más importantes que recibió de su padre.
Referencias
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